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Francesc-Marc Álvaro | Vies i preguntes
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12 sep 2013 Vies i preguntes

El éxito espectacular de la Via Catalana, que se hizo ayer bajo la organización de la Assemblea Nacional Catalana, certifica un hecho que no se puede negar y que apareció con contundencia hace un año: el movimiento en favor de la independencia articula hoy un sector central, activo y cada vez mayor y más diverso de la sociedad catalana, y ha conseguido que este proyecto político sea lo único que despierta ilusión entre una ciudadanía cansada de las rutinas de los partidos y las averías del sistema forjado durante la transición. Como hemos dicho otras veces, esta revuelta pacífica de clases medias tiene una causa que reúne tres objetivos bajo la estelada: soberanía de los catalanes, defensa del bienestar colectivo y apuesta por la regeneración democrática.

El nuevo soberanismo ha tenido un crecimiento espectacular desde que el TC se cargó el nuevo Estatut en el 2010 y, sobre todo, en los últimos doce meses. Hoy, la sensación es que estamos llegando al punto de inflexión de un fenómeno que funciona desde abajo hacia arriba, lo cual ha descolocado a los partidos, ha modificado los discursos, ha cambiado la agenda pública y ha abierto un espacio de incertidumbre, riesgo y cambio sin precedentes desde la muerte de Franco. Este punto de inflexión nos conduce -me parece- a una situación de no retorno. Que el soberanismo se haya extendido entre mucha gente de golpe y no gradualmente hace que algunos observadores piensen que eso es como un sarampión que también se marchará de un día para otro. Esta hipótesis -la del acceso de fiebre- alimenta lo que algunos llaman «una tercera vía» entre la secesión de Catalunya y el actual marco autonómico, sometido a recentralización. La premisa de este planteamiento es clara: muchos de los catalanes que ahora quieren la independencia se conformarían con una mejora en financiación, cultura, lengua e infraestructuras. El ministro de Exteriores -tiene guasa que sea precisamente este- lo repetía anteayer. Nuevamente, el poder de Madrid y las élites que de él dependen no saben leer correctamente lo que está pasando.

Sinceramente, pienso que eso que se denomina tercera vía tiene escasas posibilidades de prosperar. Por varios motivos. Primero: además de una cuestión de competencias y de dinero, la base de este conflicto es la necesidad de reconocimiento del pueblo catalán como demos, lo cual significaría admitir que hay una soberanía alternativa a la del pueblo español y que eso tiene repercusiones políticas, incluida la posibilidad de ejercer la autodeterminación; ni el PP ni el PSOE aceptarán nunca este planteamiento, extremo que alimenta todavía más el divorcio de España como una causa moral al margen de la coyuntura. Segundo: las encuestas y la observación nos dicen que la mayoría de las personas que ahora afirman ser partidarias de un Estado catalán han hecho una desconexión mental del marco institucional español y han sustituido el victimismo por las ganas de construir algo nuevo; ninguna oferta por debajo de la independencia puede seducir a quien ya piensa más allá de las categorías de la vieja política. Y tercero: todo el mundo sabe que el nuevo Estatut que votaron los catalanes y después recortó y vació el TC era, de hecho, esta tercera vía pactista, el último y reciente esfuerzo de encaje dentro de España, un intento de reformar la dependencia sin romper nada; la frustración que representó aquel camino no permitirá repetirlo aunque se le pongan otras etiquetas.

Por encima de todas estas razones hay, además, dos factores que Rafael Nadal mencionó en su lúcido artículo del viernes: a) la tercera vía no pasa hoy de ser un fantasma conceptual que ningún partido se atreve a poner encima de la mesa; b) si alguien ofrece una tercera vía sin garantías y concreciones, esta opción «no será más que una trampa falsaria, que deberemos denunciar y combatir». Mas sabe mucho de las trampas que el poder de Madrid puede hacer, porque fueron los juegos de manos de Zapatero con el Estatut lo que provocó que el líder de CiU -profundamente decepcionado- enterrara el peix al cove pujoliano y asumiera el deber de superar la jaula autonómica.

Por todo eso, no tiene ningún sentido que se hable de un referéndum que no tenga una sola pregunta, muy clara, sobre un sí o un no a la independencia. Una consulta donde se preguntara también sobre una hipotética tercera vía para organizar la continuidad de Catalunya en el Estado español sería un fraude y, además, no serviría para dar respuesta al desafío que plantea el proyecto soberanista. Repito: cuando los catalanes votamos el último Estatut ya fuimos preguntados sobre cómo queríamos estar dentro de España. Ahora nos encontramos en otro momento. Aquel debate fue enterrado por un árbitro que tomó partido y no respetó la voluntad del pueblo catalán expresada de acuerdo con la legalidad española.

La gran manifestación que ayer se hizo en forma de cadena humana demuestra, otra vez, que estamos ante un cambio histórico. No se puede despreciar ni desfigurar. Corresponde a los políticos gestionar este capital de emociones y transformarlo en decisiones que, combinando la audacia y la inteligencia, permitan un escenario donde sea posible ejercer la democracia sin prohibiciones, como corresponde a una sociedad del siglo XXI.

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