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Francesc-Marc Álvaro | L’impossible
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26 sep 2013 L’impossible

No hablaré de la película de J.A. Bayona, sino de la última aparición de Felipe González. El expresidente ha salido a defender la unidad de España y, como es previsible, ha sido jaleado por la derecha y la izquierda, sobre todo por la primera, que anhela ampliar un equipo donde parece que sólo juegan al ataque Bono y Corcuera. La frase que ha soltado el ilustre jubilado recuerda las advertencias de los padres a los hijos pequeños y ha sido pronunciada con el tono de quien conoce todas las palancas del Estado, también las que se supone que no existen: «Si, como pienso, la independencia de Catalunya es un objetivo imposible, repito imposible, galopar hacia un imposible puede provocar una fractura política y social que nos cueste soldar treinta o cuarenta años y perder de nuevo energía y tiempo para recuperarlos con esfuerzo». Esta claridad sólo se alcanza después de dedicar muchas décadas a los bonsáis.

De las palabras del compañero Isidoro lo que más me interesa no es cuando vincula el proyecto soberanista con la terrible fractura social y política (aquí se limita a copiar una tesis de Aznar, que lo dijo hace meses), sino cuando afirma, axiomáticamente y rotundo, que la independencia «es imposible». Por si acaso, lo reitera. Esta imposibilidad de la independencia de Catalunya dada como hecho indiscutible no es muy científica y, en todo caso, choca con la esencia transformadora de la política. Por poner un ejemplo que se entenderá fácilmente: González consideraba imposible que España ingresara en la OTAN y, en cambio, él mismo se encargó de hacerlo posible con un referéndum donde la propaganda gubernamental a favor del sí alteró cualquier principio de equilibrio y neutralidad en una consulta de este tipo. Por cierto, también parecía imposible que Pujol apoyara a González después del caso Banca Catalana, pero el pragmatismo y sentido de la gobernabilidad del entonces líder de CiU sirvieron para apuntalar al gobierno socialista en 1993, en medio de diversos y graves escándalos de corrupción y guerra sucia que afectaban al PSOE.

Según el diccionario de María Moliner, imposible tiene una definición clara: «No posible»; «cosa imposible de hacer»; «cosa imposible de conseguir». Puede significar también «muy malo», en el sentido de calamidad o insoportable. Por tanto, González sostiene como dogma que la independencia de Catalunya no puede ser realizada ni se puede conseguir, como quien afirma que no se puede transformar el agua en vino o que no se puede conseguir que un perro toque la guitarra. Es sorprendente que un hombre que gobernó tantos años y vivió momentos dulces y agrios en el poder sea tan pobre a la hora de dar argumentos. Cualquiera que sepa un poco de historia se guardará de decir que hay imposibles en estos asuntos, que sólo dependen de la voluntad de los hombres y no de la naturaleza. Mi generación ya ha visto la caída del muro de Berlín, la independencia de varias naciones antes bajo el bloque soviético, la unificación alemana, la supresión del servicio militar, la llegada de un afroamericano a la presidencia de EE.UU. y la convocatoria de un referéndum sobre Escocia. Todo eso eran situaciones completamente imposibles -historia ficción- cuando servidor tenía sólo veinte años y ahora son la pura realidad.

González me recuerda hoy a esos tristes personajes de la derecha más recalcitrante que, durante años, aseguraban que el divorcio era «imposible» en España. Los mismos individuos, tiempo después y mucho más histéricos, repitieron que la boda entre personas del mismo sexo era «imposible». Fueron derrotados dos veces por el cambio, la gente y la vida convertida en ley. La política, respondiendo a la demanda social, se encargó, finalmente, de hacer posible lo que parecía una utopía. Como también pasó, en su momento, con el voto de las mujeres o la regulación de los derechos de los trabajadores. Yo ya sé que el PSOE es un partido conservador, corporativo e inmovilista (además de nacionalista español), pero pensaba que González no sería tan primario en el momento de ayudar a mantener el negocio de las élites de Madrid.

Este es el nivel de razonamiento de un empleado de lujo de los poderes españoles: la independencia es imposible. ¿Por qué? Porque es imposible. Es lo que tiene ser estadista. Somos prisioneros de una tautología. Primero, dijeron que la independencia de Catalunya era una farsa y una cortina de humo. Después añadieron que el proceso soberanista era una locura y un movimiento que sería abortado con todo el peso de la ley y, si hacía falta, la fuerza. Ahora, entramos en la tercera fase: la independencia es imposible, por tanto, no hace falta que pidan un referéndum, no pierdan el tiempo. Entonces, nos damos cuenta de que González no se equivocó para nada, dijo lo que quería decir. En realidad, el viejo líder del PSOE nos advirtió que el referéndum sobre el futuro de Catalunya es imposible. El mensaje real es este: la democracia, niños y niñas, es imposible.

A diferencia de Rajoy, González ha sido muy claro: abandonen toda esperanza, no harán ninguna consulta, nunca. Mientras, el padre de Pere Navarro y muchos socialistas catalanes ya han desconectado. Muchos de ellos estuvieron presentes en la Via Catalana y son parte indispensable de la nueva posibilidad.

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