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Francesc-Marc Álvaro | Google i la iaia
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01 nov 2013 Google i la iaia

No se trata ahora de hacer el listo y decir aquello tan odioso de «yo ya lo sabía», pero hace falta haber sido muy crédulo, ingenuo y tecnoeufórico para pensar que los servicios de espionaje de allí o de aquí no pondrían sus manitas en nuestras comunicaciones privadas por el ciberespacio. Que la llamada Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE.UU. haya husmeado en el corazón de Google y Yahoo es lo más corriente y previsible del mundo, lo cual no significa que sea lo más deseable, ni lo más adecuado, ni lo más eficaz desde el punto de vista de la seguridad. En el mundo de antes, los poderes del Estado y otros también se dedicaban, cuando querían, a violar (de manera chapucera o fina) nuestra correspondencia, la que viajaba románticamente en sobres que transportaban trenes, barcos y aviones. También lo hacían, si hacía falta, con nuestras llamadas desde los viejos y entrañables teléfonos fijos.

De cada situación, hay que sacar lecciones. La vida digital es una vida que pone muy fácil la tarea de los espías, es elemental. Igual que las casas con muchas ventanas invitan a los vecinos a comentar el color y el estilo de nuestros calzoncillos. Supongo que hemos ido olvidando que internet es, originalmente, un invento de los militares y que, por tanto, siempre ha formado parte de una visión puramente bélica de la realidad, al servicio de lo que -para resumir- llamamos «los de arriba». Que la red haya creado la falsa utopía de una sociedad superigualitaria y horizontal que consume música, cine y libros sin (sólo aparentemente) pagar ni un céntimo no significa que vivamos en el mundo feliz. Bienvenidos sean los papeles del amigo Snowden, si demuestran que la abuela tenía más razón que un santo cuando avisaba de que hay que ser desconfiado con los extraños. Esta es la cuestión.

Internet y las redes sociales son una maravilla que nos permite trabajar y disfrutar del tiempo libre de una manera muy diferente a la de nuestros antepasados. Es innegable. Pero el ciberespacio no es nada más que una extensión infinita de las calles, las plazas y las carreteras del mundo, una dimensión regida por las categorías de la vida real. Por eso, en la red, donde nos esperan los extraños, hay ángeles generosos y también miserables destructivos, amigos y enemigos, como pasa cuando sales de casa. Y por eso la red es fuente de alegrías y de desgracias, ni más ni menos.

La pérdida de la inocencia llega siempre, tarde o temprano. Y eso puede ocurrir varias veces a lo largo de una misma vida, está comprobado científicamente. Dejar de ser tan inocentes cuando utilizamos los juguetes comunicativos a nuestro alcance es muy higiénico, no es un trauma. En casa ya hemos comprado unas cuantas palomas mensajeras y mantas indias para hacer señales de humo. Porque nunca se sabe.

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