05 dic 2013 Mas, la gent i les ombres
En una democracia basada en la opinión pública, nos hemos acostumbrado a valorar lo que hacen los políticos en función de las encuestas. Lo aceptamos con naturalidad como parte de las reglas de juego. El problema que ahora tenemos en Catalunya es que utilizamos instrumentos de medida para tiempos normales pero todo el mundo sabe que vivimos una etapa excepcional, y este es un juicio compartido por personas que piensan de manera contrapuesta sobre el llamado proceso soberanista. Hay que recordar la magnitud del hecho, para comprender que todos los sondeos que se hacen y se harán tienen una limitación insalvable: tratan de retratar un escenario de gran fluidez en el cual las viejas categorías del edificio autonómico se resquebrajan o se hunden.
La última oleada del barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) señala el crecimiento de ERC y de Ciudadanos, mientras CiU y el PSC van reculando, igual que el PP. Como tenemos dicho, las encuestas confirman que el mapa de partidos forjado a partir de 1980 se está transformando. Más allá de las alegrías o las tristezas partidarias, hay que introducir una reflexión: nadie sabe con certeza cómo quedarán, a la larga, los espacios políticos en Catalunya, sobre los cuales tendrá un impacto determinante la resolución del proceso que vivimos.
Este mismo sondeo del CEO ofrece un dato que fue justamente destacado por los medios: por primera vez, el president Mas suspende en la valoración de líderes, con una nota de 4,75, en una tabla donde sólo aprueban los republicanos Junqueras y Bosch y el diputado de la CUP David Fernández. La nota que obtienen los líderes es la media de todas las notas que ponen los encuestados, agrupados según la intención de voto en las futuras elecciones catalanas. En este apartado, tienen mucho peso las notas superbajas de los ubicados más lejos ideológicamente al valorado, en este caso de PP y Ciudadanos, que le dan un 1,63 y un 1,92 respectivamente.
De todos modos, la nota importante es la que los dirigentes sacan entre el propio electorado y entre los electores fronterizos a quienes se quiere llegar. Así, Mas alcanza una nota de 7,48 entre los que dicen que votarán CiU y un 6,17 entre los que dicen que votarán ERC, lo cual es un dato positivo para el líder nacionalista. Con todo, todavía hay otro dato muy útil y es el porcentaje que aprueba y que suspende a cada político. En esta tabla, un 56,7% de los encuestados ha dado a Mas una nota entre 5 y 10 mientras un 40,1% le ha puesto entre 0 y 4, detalle valioso si se tiene en cuenta que el president es también el político catalán más conocido. Para entenderlo bien, consignemos que a Sánchez-Camacho la suspende un 78,8% y la aprueba sólo un 12,9%, con un nivel de notoriedad también de los más altos.
Hay muchas voces que aseguran que la apuesta en favor de un Estado propio del president es la causa del retroceso de la federación nacionalista. Lo llaman «la deriva soberanista». Las encuestas desmienten este prejuicio. Si cruzamos los datos del CEO, observamos que, entre los que ahora dicen que votarán CiU en las próximas catalanas, un rotundo 95,1% aprueba a Mas; entre los que dicen que votarán ERC, es un 81%. Eso no desmiente una afirmación de varios expertos: en los comicios del 2010, Mas recibió muchos votos prestados para acabar con el tripartito, unas papeletas destinadas a regresar, tarde o temprano, a otras opciones. La pérdida de votantes de CiU es un fenómeno que proviene de finales de los noventa y no es riguroso atribuirlo de manera mecánica al giro ideológico de los últimos tiempos. Al contrario, sin Mas e insistiendo en la vía autonomista, todo sería más precario.
Mas es un buen conductor pero le está fallando el vehículo, su partido (CDC) y su federación (CiU). En general, la opinión pública valora mejor el papel que tiene el president de Catalunya que el de las siglas que representa. ¿Por qué? Hay varias causas, pero lo resumimos en tres: CiU es la marca principal del viejo orden autonómico que ha tocado fondo y se asocia, por lo tanto, a una negociación que ya no da frutos; CiU ha sido la defensora principal de los intereses catalanes en Madrid pero todavía paga la factura de la colaboración con el Aznar de la mayoría absoluta; y CiU, como le pasa al PSC, resume todas las grandezas, miserias, aciertos y errores de la política de la transición, ahora sometida a revisión por las nuevas generaciones y por un cambio de mentalidad que exige una regeneración profunda.
Entre el liderazgo de Mas como presidente del Govern, el liderazgo de Mas como piloto (o copiloto) de la transición nacional y el liderazgo de Mas como figura principal de CiU se produce un cortocircuito que acaba proyectando un exceso de desconfianzas sobre lo que pretende hacer y sobre lo que finalmente hará. Ni CiU exhibe bastante energía para enderezarse en un tiempo nuevo ni el Govern parece que sea lo bastante consciente del compromiso gigantesco de quien lo comanda. Si lo fuera, algunos de sus miembros no harían ni dirían según qué cosas. No sufran: Mas no es Companys ni es Ibarretxe, es una tenacidad ordenada, pero necesita que su partido asuma la tarea de hacer limpieza. Y necesita un Govern que no se limite a gestionar la escasez. ¿Quién ayudará a Mas a fabricar ilusión cuando llegue el momento?