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Francesc-Marc Álvaro | Projectes i legalitats
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19 dic 2013 Projectes i legalitats

Ahora que en Catalunya se ha solemnizado la voluntad de organizar una consulta democrática sobre el futuro del país, podemos resumir que el debate entre una parte importante de la sociedad catalana y los poderes españoles se concreta en los siguientes términos: el soberanismo ofrece un proyecto que conecta con mucha gente, mientras que el Gobierno, el PP y el PSOE no ofrecen ningún proyecto alternativo interesante, se limitan a invocar crispadamente la Constitución de 1978 como norma intocable, inmutable e inflexible. Por una parte, hay un esfuerzo tranquilo por explicar una Catalunya que quiere hacer camino sin pedir perdón; por otra, está el peso absoluto de la ley como herramienta rígida de prohibición y de amenaza oficial.

Una persona que ha asesorado a uno de los partidos contrarios a la consulta admitía en privado, hace pocas semanas, que la gran ventaja de los partidarios de la independencia es ofrecer un proyecto estimulante y renovador en una época de crisis y descrédito político. Es un buen diagnóstico, que no parece que haya llegado a los despachos del Madrid que cortan el bacalao. El escritor Arturo Pérez Reverte -antes de relacionar el independentismo con la falta de educación- declaró que veía con envidia que los jóvenes catalanes tuvieran «una causa por la que luchar» mientras, en cambio, eso -según él- no pasa en el conjunto de España. El novelista es el tuerto en el país de los ciegos. Ayer, una periodista a quien tenía por bien informada escribía que todo lo que está pasando es una maniobra táctica de Mas, para recuperar los escaños perdidos a las últimas elecciones. ¿Cómo se puede analizar tan mal la realidad? Tienen una información tan defectuosa que sólo puedo pensar que se alimentan de la propia propaganda que generan. Da risa.

Los patriotas españoles de verdad, los interesados en mantener Catalunya dentro de España desde el pacto y la inteligencia, no están o no hablan en público. Ellos saben -sean de derechas o de izquierdas- que el proceso soberanista ha crecido como respuesta a una intransigencia y un menosprecio que se ha hecho literalmente insoportable para una parte muy numerosa de catalanes. Y se trata de un fenómeno interclasista, que alcanza a todos los partidos, excepto al PP y C’s, como pone en evidencia la crisis imparable del PSC. El desaparecido Ramon Trias Fargas, catalanista, liberal, moderado, primer teórico del déficit fiscal y político con una gran formación profesional y académica, escribió en este diario un artículo, a finales de 1976, donde decía algo que ahora parece profético: «Catalunya no será separatista mientras no la obliguen». Diana. En aquel momento, los partidarios de la independencia eran pocos y mal avenidos, políticamente marginales.

Trias Fargas, finísima personalidad que participó como protagonista en la gran obra de la transición, intuyó que el adéu Espanya no era ninguna invención romántica, sino una hipótesis que dependía, principalmente, de la capacidad de los poderes de Madrid de entender que la democracia obliga a repartir el poder, de manera racional y leal. El fundador de Esquerra Democràtica repitió, en varios escritos, que él no era «separatista» y propugnó el federalismo, una receta que había estudiado a fondo sobre el terreno en varios países y que mantuvo en contra de Pujol, que veía la autonomía como el marco mejor para establecer una relación bilateral de Catalunya con el poder central.

¿Qué nos diría hoy Trias Fargas? No haré suposiciones, que el lector saque sus conclusiones. Mencionaré, sólo, otro fragmento, de un artículo lúcido de abril de 1977, poco antes de las primeras elecciones tras la muerte de Franco, que ahora tiene una resonancia especial, actualísima: «Catalunya está en contra de la burocracia madrileña, de las oligarquías económicas y de los privilegiados de la fortuna y del poder, que dirigen desde Madrid toda la política. De una manera autoritaria siempre que pueden, y con espíritu democrático simulado cuando no tienen más remedio». No son frases de la CUP ni de Junqueras, sino de un señor de Barcelona, hombre de orden, que fue -entre otros cargos- director del servicio de estudios del Banco Urquijo, miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, catedrático y conseller de Economia. Sabía muy bien de lo que hablaba, había conocido personalmente a muchos de los que consideraban Catalunya una anomalía que extirpar. Por cierto, Trias Fargas también escribió un juicio que hoy es oportuno recordar: «Para bien o para mal, me parece claro que el proceso de asimilación iniciado por las superestructuras políticas madrileñas ha fracasado en Catalunya».

Seducir o reprimir, he ahí la cuestión. El Gobierno, el PP y el PSOE ya han elegido el camino y es el del palo. Ayer mismo, Rajoy y Rubalcaba, desde el Congreso, certificaron la santa alianza contra la pacífica revuelta catalana: no hay nada que hablar, un mensaje rotundo. A los líderes del PP y del PSOE no les interesan las autorizadas opiniones de dos padres de la Constitución como Roca y Herrero y Rodríguez de Miñón. Seducir o reprimir. El soberanismo ofrece un proyecto, que es incierto pero da esperanzas, seduce. El españolismo, en cambio, replica con el Código Penal en la mano mientras la marca España flaquea.

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