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Francesc-Marc Álvaro | Il.luminacions sobtades
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27 dic 2013 Il.luminacions sobtades

Mientras miraba las luces de colorines del árbol navideño, con la cabeza aturdida por el vino y el cava, sentado a la mesa, entre la abuela y el primo invisible, nuestro amigo pensaba en el ministro de Industria -ese tipo que parece un clon de Aznar en más alto- y en los méritos necesarios en España para ser miembro de un Gobierno. Mientras observaba, absorto, el pesebre iluminado con una bombilla azulada e iba tragando barquillos, nuestro sufrido ciudadano pensaba en Eduardo Montes, presidente de Unesa, la patronal del sector eléctrico, y en los misterios que rigen la lógica de las élites que se relacionan con los sectores estratégicos y regulados. Mientras las pequeñas luces intermitentes colocadas en los muebles iban sumergiéndolo en un estado irreal, nuestra querida víctima pensaba en la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, organismo regulador que expresa los equilibrios de poder que pasan por los partidos y los grupos que se sienten vigilantes/servidores del Estado, que no es igual que velar por el ciudadano. Un aumento del 11% en el recibo de la luz es mal gobierno, es mala sombra o es todo a la vez.

¿Quién es el responsable de este lío? Unos acusan a los otros como en un patio de colegio, y los unos también se pelean entre sí, como pasa entre el ministerio del señor Soria y el del señor Montoro. Debajo y en medio, entre el caganer del pesebre y el musgo de la burocracia, en el rincón donde las administraciones públicas no tienen nunca respuesta, la suma de incompetencias y decisiones erróneas acaba estallando en la casa del pobre, que ya no se exclama porque la piel muerta domina y eso reduce las llagas de la moral pública. La abuela sugiere que volvamos a la época de las estufas de leña y las lámparas de petróleo, antes de todas las guerras, cuando el mundo todavía no había perdido la santa inocencia. Entonces, contra todo pronóstico, salieron unos que aquí construían carreteras, bibliotecas y hospitales, antepasados de los que ahora piden poder votar en paz.

Mientras miraba el tió, que tenía cierto parecido con el ministro Margallo, derrotado por la escudella, pensaba en poner los dedos en un enchufe. Para sentirse vivo y para comprobar que, más allá de las tarifas y los trapicheos, la electricidad nos hará libres o nos hará pobres, pero nos hará. El recibo de la luz, eso sí que es una estructura de Estado.

De repente, se oyó una voz, desde la otra punta de la mesa: «Apaga las luces, Pepeta, que nos birlarán hasta los calzoncillos, estos hijos de la Gran Bretaña». El tío Lluís nunca blasfemaba, pero ahora se sentía autorizado a hacerlo. Incluso se habría quitado airado la sandalia -el zapato de cordones en su caso- si hubiera coincidido con Soria, Montes o cualquier otro personaje por el estilo en la misa del gallo.

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