ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Guerra del 14 i opinió pública
4910
post-template-default,single,single-post,postid-4910,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

09 ene 2014 Guerra del 14 i opinió pública

Estoy en Obernkirchen, en el land de la Baja Sajonia, donde viven unas 10.000 personas. Doy un paseo por la localidad y voy a parar al memorial dedicado a las víctimas de la Gran Guerra y a las de la Segunda Guerra Mundial. Es una construcción sencilla, sin nada especial, pero lo bastante grande para que no pase desapercibida. En las paredes interiores, hay unas lápidas con los nombres de los hijos del pueblo que murieron entre 1914 y 1918. En el suelo, también dentro del recinto, escritos en otras lápidas que rodean un monumento central, encontramos los nombres de los que murieron entre 1939 y 1945. Sólo una carretera próxima rompe el silencio. Desde este rincón de Europa, pienso en la superposición de memorias y en cómo la moda de las efemérides precocinadas nos invita a hablar de la Primera Guerra Mundial, repitiendo demasiado a menudo una serie de tópicos que no nos dicen nada nuevo sobre un momento trágico que parió el mundo de hoy.

No se inquieten: no les hablaré del hundimiento moral de la conciencia europea, ni de los chicos que envejecieron de golpe por culpa del militarismo, ni del papel de las izquierdas de la época apoyando al capitalismo armado, ni de las magníficas crónicas bélicas del joven Gaziel (que leí de estudiante en la UAB gracias a las clases de Josep M. Casasús), ni de cómo la sociedad catalana interpretó aquella contienda, un asunto sobre el cual vale la pena leer Per França i Anglaterra (Contravent), que Joan Safont ha escrito sobre la revista Iberia y los aliadófilos. No, este papel quiere recordar otro asunto relacionado con aquella guerra que estalló hace un siglo y que, a diferencia de la que vino unas décadas después, no forma parte de la educación mediática y sentimental de millones de personas que, cuando fuimos niños, nos tragamos muchas horas de películas de americanos contra nazis y japoneses.

La Guerra del 14, como todavía he oído llamarla a algún bisabuelo, fue el primer conflicto en que el periodismo, la propaganda y la opinión pública fueron tanto o más importantes que las armas, las tropas, los transportes y las estrategias de los respectivos estados mayores. Así como la televisiva guerra de Vietnam cambió la manera de narrar los combates al gran público -y eso transformó la información y descolocó la lógica de los gobiernos del último tercio del siglo XX hasta el punto de poner en crisis los argumentos que una democracia puede utilizar para declarar y sostener una guerra-, el conflicto que estalló el verano de 1914 creó una manera moderna de generar opinión pública favorable a las decisiones de los políticos y de los jefes militares. Esta modernidad partía de una intuición terrible: una guerra que inicialmente debía ser breve y se convirtió en penosamente larga exigía campañas de propaganda cada vez más eficientes para evitar el disenso de los ciudadanos de cada potencia.

Adan Kovacsics, uno de los grandes traductores del alemán y del húngaro al español, es autor de un libro magnífico sobre esta cuestión: Guerra y lenguaje (Acantilado), publicado en el 2007 y que ahora es más pertinente que nunca. En este ensayo, Kovacsics nos explica la creación y funcionamiento de los servicios de propaganda del ejército de Austria-Hungría, mediante el llamado Archivo de Guerra y el llamado Cuartel de la Prensa de Guerra. En el primero, trabajaron varios escritores como Rainer Maria Rilke, Franz Theodor Csokor, Albert Ehrenstein, Victor Hueber, Hans Müller y Stefan Zweig (que en aquella época escribía también un drama pacifista), entre muchos otros. Este equipo de literatos militarizados escribía, desde Viena y de 9 de la mañana a 3 de la tarde, retratos de soldados destacados con intención propagandística. A eso lo llamaban «peinar a los héroes». Según Kovacsics, el gran paso que se produjo en el entorno de la Gran Guerra consistió en «arrebatar el lenguaje a Dios y en convertirlo en un invento del hombre, en algo que se pudiera dominar, como la electricidad».

Esta instrumentalización del periodismo y la literatura no fue sólo una manía de los imperios centrales, los aliados también entendieron la importancia de las palabras para alcanzar la victoria. En el Reino Unido, la inflamación popular era tan alta que grandes familias con apellidos alemanes se los cambiaron, incluso la familia real se denominó Casa de Windsor en vez de Casa de Hannover o de Sajonia-Coburgo-Gotha.

Mientras Rilke y Zweig ponían su talento al servicio de la máquina de guerra de un imperio que sería borrado, el joven periodista Walter Lippmann hacía la guerra como oficial de inteligencia y propaganda de EE.UU. en Europa, y ponía su talento al servicio de un imperio emergente que representaba un nuevo lenguaje. Esta coincidencia me fascina. Lippmann, que también intervino en los trabajos de elaboración de los Catorce Puntos del presidente Wilson para establecer una paz duradera y un nuevo orden mundial, descubrió en aquel conflicto los resortes sutiles que vinculan a los medios, las acciones de los gobiernos y las demandas de la gente. Su obra más importante, Opinión pública, que todavía nos influye, quizás no habría sido escrita sin la experiencia de la Gran Guerra. El que sería gran columnista extrajo su teoría de un experimento a gran escala que produjo millones de muertos.

 

Etiquetas: