ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Els Candel que salten la tanca
4930
post-template-default,single,single-post,postid-4930,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

20 feb 2014 Els Candel que salten la tanca

Hay coincidencias que lo dicen todo: mientras mueren personas en la frontera que Europa tiene en Ceuta y Melilla conmemoramos, desde Barcelona, los cincuenta años de Els altres catalans, de Paco Candel. La inmigración de ayer y la inmigración de hoy. Hemos olvidado pronto que todos, de alguna manera, venimos de la inmigración y que todos podemos ser, un día u otro, inmigrantes. Por eso es totalmente incompatible con nuestro sistema de valores que unas fuerzas de seguridad de un Estado miembro de la UE lancen pelotas de goma a personas desesperadas que intentan llegar nadando a la costa. Si no subrayamos el escándalo moral y político que representan las muertes de inmigrantes ante agentes de la Guardia Civil, nuestra condición de europeos es una farsa y, entonces, deberemos asumir que vivimos en la mentira. En una mentira que, a la larga, nos destruirá desde dentro como sociedad.

Ningún Estado puede aceptar y gestionar toda la inmigración que le llega y ningún Estado puede dejar sin vigilancia sus fronteras. Son dos principios que asume todo el mundo y que se traducen en leyes y normas que, en el caso español, forman parte del marco europeo. Pero las cosas se pueden hacer bien o mal. Se pueden poner parches o se puede hacer un esfuerzo por implantar políticas a largo plazo, que intenten adelantarse a las emergencias. El reto es de grandes dimensiones, pero eso no da carta blanca a nadie para eludir las responsabilidades propias, como ha hecho el ministro del Interior cuando ha explicado los hechos de Ceuta que acabaron con la muerte de quince personas que huían de la miseria. En este sentido, tampoco se entiende la gestión opaca del CIE de la Zona Franca de Barcelona, como han denunciado parlamentarios y varias oenegés, y como ha quedado claro en la resolución judicial que obliga las autoridades a establecer un régimen de visitas más abierto en este centro. Todo lo que tiene que ver con la llegada de inmigrantes no puede estar rodeado de secretismo, es algo impropio de una democracia, sistema basado en dar cuenta de lo que hace quien gobierna.

El diputado Carles Campuzano, buen conocedor de las políticas migratorias, hace un diagnóstico muy acertado: «El fracaso humano es enorme y obliga a un cambio de planteamiento que tan sólo puede producirse con una visión europea compartida con los países de origen y tránsito de esta inmigración sobre la gestión de la política de inmigración. Hasta ahora, y al menos desde los acuerdos de Tampere de 1999, la incapacidad política de repensar un sistema de gestión de los flujos migratorios que sea competente para combinar la capacidad de acogida e integración en los mercado de trabajo nacionales y las necesidades humanas de quienes marchan de sus hogares en busca de un futuro mejor ha sido patente. Nada hace pensar que un futuro inmediato eso cambie. Todo lo contrario». El diputado de CiU también recuerda que el crecimiento de los partidos xenófobos, que explotan la inmigración de manera simplista, atemoriza a los partidos tradicionales.

Y la demagogia no se detiene. El espectáculo de Rubalcaba utilizando los muertos de Ceuta contra el Gobierno de Rajoy tampoco promete nada bueno. Los dos grandes partidos llevan años gestionando este problema de una manera que no se relaciona precisamente con lo que en Madrid llaman «políticas de Estado», que parece que sólo se concretan últimamente cuando se trata de impedir que la sociedad catalana pueda votar. Las buenas intenciones son para los discursos y, finalmente, aparece la complejidad de unas fronteras donde se solapan anacronías coloniales, mandatos comunitarios, mafias globales, incompetencias estatales, corrupciones de terceros, impotencias operativas y partidismos circunstanciales.

Candel hoy es un joven subsahariano que intenta saltar la valla que separa África de las oportunidades europeas. Siempre hay un Candel u otro que huye, con una mano delante y otra detrás. Como los españoles que iban a Alemania en 1960 o los catalanes que iban a Cuba en 1880, o como nuestros hijos -universitarios o no- que buscan un empleo digno a muchos kilómetros de casa. La inmigración no es una aventura, es una putada. Después, pueden poner todo el maquillaje épico que quieran, pero eso no cambia la naturaleza del hecho: desarraigarse, separarse de la familia, adaptarse a un nuevo entorno, empezar desde abajo… Las sociedades europeas -con un nivel de libertad y bienestar incomparables- son la meta de millones de jóvenes de países asolados por el hambre, el subdesarrollo y la guerra. No los podemos recibir con pelotas de goma y tampoco podemos prometer papeles para todo el mundo: debemos crear políticas ambiciosas, que nos permitan gestionar con inteligencia y justicia un fenómeno con el que hay que convivir. La Europa que hemos construido no puede ser una fortaleza porque dejaría de ser Europa.

Se improvisa demasiado. La inmigración es una carpeta incómoda para los partidos convencionales y es un instrumento de agitación fácil en manos de las formaciones populistas. Por eso todo error en este apartado es muy peligroso y hay que corregirlo con rapidez. Hay gobernantes que -perdidos en sus limitaciones- quizás no se han dado cuenta de que ya estamos en el siglo XXI y que las reglas de juego han cambiado.

Etiquetas: