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Francesc-Marc Álvaro | Nosaltres, els malalts
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08 may 2014 Nosaltres, els malalts

Hemos pasado de la metáfora del oasis a la de la casa de locos. Catalunya es, según varios políticos, periodistas y opinadores, una sociedad enferma. Eso lo dicen, lo escriben y lo repiten cuando quieren explicar y explicarse lo que está pasando aquí. O somos un grupo de nazis, o nos colocan la plantilla vasca, o somos dignos de tratamiento psiquiátrico, aunque se supone que las tres categorías no son excluyentes.

Ante estos subniveles de argumentación pública se siente vergüenza ajena. Eso no pasa en Escocia, donde los contrarios a la independencia no consideran que sus conciudadanos que piensan votar sí el 18 de septiembre sean chalados o idiotas. Es lamentable que personas responsables y con estudios se dediquen a combatir las ideas que no les gustan con estrategias tan chapuceras e inconsistentes. Cuando los independentistas eran cuatro, se les despreciaba porque no eran posibilistas ni habían entendido qué quería la mayoría. Ahora, cuando el independentismo de nuevo cuño ha sido asumido transversalmente por sectores centrales, se dice que el fenómeno es resultado de una «manipulación sigilosa y astuta», en palabras de Francesc de Carreras, que recientemente ha publicado un artículo sobre esto en El País. O era una rareza o es fruto del lavado de cerebro; no se quiere admitir que el soberanismo es un proyecto tan respetable como mantener una autonomía cada vez más vacía, predicar un federalismo sin federalistas o pedir una tercera vía que nadie de Madrid plantea.

El profesor y fundador de C’s añade que la situación viene de antiguo, que todo arranca de 1980 y del primer gobierno Pujol, que puso en marcha «una inteligente obra de ingeniería social cuyo objetivo ha sido el de transformar la mentalidad de la sociedad catalana con la finalidad de que sus ciudadanos se convenzan de que forman parte de una nación cultural, con una identidad colectiva muy distinta al resto de España, que solo podrá sobrevivir como tal nación si dispone de un Estado independiente». De estas afirmaciones se desprende que Pujol siempre habría sido un independentista encubierto y que, desde hace más de treinta años, tendría un plan secreto de secesión que, finalmente, habría podido aplicar mediante su heredero político. Y también se desprende que los catalanes -¡pobrecitos!- serían simples robots que habrían sido programados por un poder maléfico. ¿Se imaginan que yo escribiera lo mismo sobre los que quieren una Catalunya dentro de España?

¡Qué panorama! Los pro-independencia no tienen capacidad de discernimiento, son muñecos en manos de gobernantes conspiradores, que -para rematar- dominan la situación gracias a las subvenciones (¡sobre todo ahora que hay tanto dinero para repartir!); además, como todo el mundo sabe, los gobiernos de Galicia, Andalucía, Madrid, Extremadura o Valencia no han subvencionado nunca nada. Para que la falacia se sostenga hay que olvidar siempre los hechos reales: el final del nuevo Estatut en manos del TC, las políticas recentralizadoras del PSOE y del PP, la asfixia financiera de la Generalitat, las amenazas de Aznar y las mentiras de Zapatero…

El wishful thinking impregna buena parte del discurso de los que quieren combatir el proyecto soberanista. En vez de hablar a partir de la realidad sobre la conveniencia -según ellos- de mantener Catalunya dentro del Reino de España, se dedican a desfigurar un movimiento que ha roto todas sus previsiones. Me lo decía un empresario que se mueve entre los que cortan el bacalao: «Ni durante la transición había tenido la sensación que tengo ahora: lo que está pasando no lo controlan los de arriba, es algo de la gente». No se engaña, sabe cuál es la gran novedad. He ahí lo que inquieta a ciertos elementos, incapaces de admitir que el mundo no va por donde ellos habían previsto. Madrid ha generado esta oleada. ¿Tanto cuesta de entender?

Algunos creen que caricaturizar al soberanismo lo frenará, pero es todo lo contrario. Cuando Carreras afirma que «en Cataluña ha habido unas redes clientelares y un sutil maccarthysmo que han inspirado miedo para así comprar y vender voluntades» da risa. Sobre todo porque el maccarthismo o caza de brujas en EE.UU. durante los cincuenta fue un caso extremo de persecución policial, judicial y política, a menos que eso haga referencia a la dimisión forzada del fiscal Rodríguez Sol, por haber dicho que es bueno escuchar a la gente. Todavía produce más risa que lo diga alguien que da clases en la universidad pública, escribe en varios periódicos, se mueve entre las élites, y fue miembro del Consell Consultiu de la Generalitat durante diecisiete años. Sobre las redes clientelares, todos los partidos que han gobernado, dentro y fuera de Catalunya, las han tenido, no es este un rasgo diferencial. Y sobre los altavoces, sólo hace falta contar -me basta una mano- cuántos medios defienden el derecho a decidir, por no decir la independencia.

Nosotros, los enfermos, los que queremos votar (y los que, más concretamente, votaremos sí-sí) agradeceríamos que los partidarios de una Catalunya dentro de España dejen de utilizar la propaganda que ellos mismos difunden como diagnóstico. Me recuerdan a un gurú que recomendaba «la propia orina como medicina». Si lo intentan, el debate será más útil y ellos entenderán muchas cosas.

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