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Francesc-Marc Álvaro | L’home que no va anar a Ieper
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03 jul 2014 L’home que no va anar a Ieper

Si lo hubiera hecho, por ejemplo Artur Mas, la mayor parte de la prensa de Madrid le habría calificado de «paleto», como mínimo. Como lo hizo Rajoy, el asunto ha quedado en segundo término. El hecho es que el jefe del Gobierno no estuvo presente en la conmemoración oficial del centenario de la Primera Guerra Mundial que tuvo lugar el pasado jueves en la ciudad flamenca de Ypres, donde se reunieron el resto de líderes de la UE. Mientras los jefes de los gobiernos del Viejo Continente rendían homenaje solemne a los caídos en aquel terrible conflicto, Rajoy estaba en Malabo, en una cumbre de la Unión Africana, y se fotografiaba con el dictador Obiang.

Por un día, el ministro García-Margallo no habló del proceso soberanista y representó a España en la ceremonia realizada donde hace un siglo todo era un páramo de trincheras y cuerpos reventados. Rajoy también faltó a la cena de trabajo que sus colegas celebraron aprovechando la jornada de resonancias históricas. Para justificarse, al llegar a Bruselas para participar en la segunda parte del Consejo Europeo, dio una explicación que pasará a las antologías de la gran diplomacia: «Aquí no me he perdido nada».

Los intereses españoles en Guinea Ecuatorial -me dicen los expertos- explican esta excursión tan peculiar del gallego lacónico. Equilibrar intereses y valores no es empresa nunca fácil, pero se presume que los profesionales del poder están acostumbrados a ello. En Madrid, hace unos cuantos siglos que son profesionales del Estado y, por lo tanto, debo suponer que no se trata de ningún despiste. Lo que hemos visto es el resultado de una apuesta institucional coherente: entre hacerte la foto del homenaje a los muertos de la Gran Guerra y hacerte la foto con el sátrapa de la antigua colonia, optas por la segunda opción y te quedas tan ancho. Alguien debe haber calculado -supongo- que la marca España no se vería afectada por este menosprecio que, por otra parte, confirma todos los tópicos sobre unos gobernantes españoles poco interesados en compartir lo más importante de la historia europea, festival de Eurovisión al margen. El señor Espinosa de los Monteros, alto comisionado de Marca España, y todos nosotros podemos dormir tranquilos.

El pasado marzo, durante la reapertura del Museo Arqueológico Nacional, Rajoy reivindicó «la memoria común» de España, e insistió en que las instalaciones renovadas albergan una muestra excepcional de un legado compartido. ¿Cómo es que Rajoy no aplica el concepto de «memoria común» también al espacio europeo? Sería lo más normal. Quizás no tiene las ideas claras. Recuerden que fue el mismo Rajoy quien, después de la manifestación del Onze de Setembre del 2012, soltó un mensaje sensacional, destinado a catalanes y vascos, que hizo época: «Fuera de España y de Europa se está en ninguna parte y condenados a la nada». ¿Dónde anida la lógica de los asesores de la Moncloa? Porque una manera clara de estar fuera de Europa es marginarse del momento en que los dirigentes de la UE ponen la mirada en el pasado y, con más o menos sinceridad, reconocen que cualquier decisión de hoy no puede olvidar lo que significó el sacrificio de millones de jóvenes. No hacerlo sería una enorme irresponsabilidad. Sobre todo cuando hay populistas tan ignorantes que piensan que dando la espalda al himno de Europa encontrarán un futuro, sin darse cuenta de que sólo reabren trincheras.

Sé que la ciudadanía está más pendiente -y con razón- de las cifras del paro, de la reforma fiscal de Montoro y de los aforados que de los viajes del primer ministro. Pero el periodismo -si no quiere participar de la moda populista- debe poner el foco también en lo que hay bajo la superficie. La ausencia de Rajoy del cementerio de Ypres descubre involuntariamente algunos males enquistados de esta derecha que -se admita o no- tiene todavía muchos deberes pendientes. El hecho de que España fuera neutral durante la I Guerra Mundial no sería tampoco un argumento convincente para hacer novillos cuando Europa pretende conjurar las antiguas violencias.

Sobre la necesidad de conocer bien el pasado, Rajoy fue muy sincero cuando se tramitaba la llamada ley de la Memoria Histórica. «Esta ley -decía el líder popular- que no beneficia nada a la gente, a las generaciones más jóvenes no les dice nada y puede traer a su recuerdo cosas que todos queremos olvidar, porque lo que queremos es mirar hacia el futuro». De manera congruente, el actual Gobierno no engaña: considera de segundo orden el homenaje a las víctimas de la Primera Guerra Mundial y mantiene -igual que el PSOE antes- el Valle de los Caídos como gran memorial que perpetúa la victoria del bando franquista. El mensaje que España dirige al mundo civilizado es peculiar. Por eso, cuando el PP da ciertas lecciones, no tiene credibilidad alguna.

Con todo, y más allá de los fantasmas de una derecha que tiene la gracia de convertir en enemigo a todo el que discrepa, es elocuente el silencio de los patriotas españoles ante una noticia que no es una anécdota. ¿No entristece e inquieta a las mentes más preclaras del periodismo y del pensamiento de la España constitucional que Rajoy no entienda cuál es el centro de gravedad de Europa más allá del euro? ¿Quién es ahora el que vaga perdido por el espacio sideral?

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