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Francesc-Marc Álvaro | Perdut entre vies
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07 jul 2014 Perdut entre vies

El viernes, hace tres días, los trenes de cercanías volvieron a funcionar como casi siempre: muy mal. Por la tarde, cuando volvíamos del trabajo, la cosa resultó caótica, como ocurre tan a menudo. Para pasar el rato, mientras estábamos parados sin saber nada, dediqué un rato a meditar sobre la tercera vía, la primera y la segunda. Era lo más adecuado en aquel contexto. Y entonces, como una epifanía, me di cuenta de que tienen mucha razón los que dicen que los partidarios de la independencia somos unos sentimentales. Es cierto.

Somos tan sentimentales que, por ejemplo, no hemos quemado todavía ningún vagón de cercanías (vacío, naturalmente) para protestar. Y somos tan fáciles de contentar que nos hace ilusión, incluso, que la ministra Pastor -responsable de este desastre- haya sido invitada a la boda del conseller Santi Vila, a quién tanto apreciamos los que nos desplazamos con este servicio. ¡Qué buen rollito! Que cercanías de Barcelona sea una boñiga monumental y que cercanías de Madrid sea el resultado de invertir millones durante años (por parte de gobiernos del PSOE y del PP) no tiene nada a ver con la independencia. Tiene que ver con la dependencia y con las costumbres coloniales. O tiene que ver -si quieren- con el azar y con la psicología retorcida de los catalanes, que nos quejamos de vicio.

De todos modos, como dicen los sabios, el dolor sólo está en la mente. Todo pasa por conseguir que llegar tarde y perder miles de horas deje de afectarte. No es tan complicado. Por ejemplo, sirve mucho de libro de autoayuda una conferencia -texto en la red- de Joaquim Coll, vicepresidente primero de Societat Civil Catalana, entidad partidaria de mantener Catalunya dentro de España y, sobre todo, de no consultar nunca este asunto a los catalanes. Según Coll, no hay para tanto: «¿De verdad alguien puede creer que nuestros problemas territoriales o los debates lingüísticos son tan graves e insuperables? Más bien -viendo como está el mundo- son dramas existenciales que hacen reír». Y tanto, todos los que sufrimos el déficit inversor del Gobierno español en la red de cercanías nos pegamos un hartón de reír, nos meamos. Da tanta risa como saber que el número dos de una entidad que invoca enfáticamente la sociedad civil es, en realidad, un digno funcionario (con tiempo libre) de la Diputación de Barcelona.

Con todo, lo que me resultó mejor para calmarme mientras Renfe me tenía secuestrado fue enterarme de que el presidente de Extremadura, el popular José Antonio Monago, ha anunciado una rebaja del IRPF en su comunidad valorada en 50 millones de euros y que afectará al 90 por ciento de los contribuyentes. Ni independencia ni tercera vía, hay que trabajar por la vía extremeña, que es la más rentable. Estoy seguro de que, a la vista de estos milagros, el ridículo sentimentalismo catalán se curará muy pronto.

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