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Francesc-Marc Álvaro | Tatuatges mentals
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11 jul 2014 Tatuatges mentals

Me informa un seguidor compulsivo de las noticias «de interés humano» de que Melanie Griffith se ha borrado el tatuaje que llevaba en el brazo derecho y que representaba un corazón con el nombre de su exmarido, Antonio Banderas. Es comprensible, aunque a la mayoría de los mortales nos basta con los papeles del abogado, sobre todo los que hemos tenido la prevención de no tatuarnos nada y menos el nombre de la pareja. Con todo, la decisión de borrar tatuajes amorosos no es tan fácil. Ocurre como con los monumentos de las dictaduras: si los mantienes todos, se diría que la tiranía todavía perdura y, por el contrario, si los quitas todos, borras una parte de la historia que hay que explicar para -como dice el tópico- evitar que se repita. Al fin y al cabo, somos prisioneros de la tensión entre recuerdo y olvido, como aquel marinero de las novelas que -a diferencia de Griffith- exhibía los tatuajes de los antiguos amores en cada puerto, devenidos desamores, inevitablemente.

Comparados con los tatuajes mentales, los tatuajes sobre la piel son relativamente fáciles de eliminar, basta -me explican- con tres o cuatro sesiones. Los tatuajes mentales, en cambio, son muy resistentes y complican extraordinariamente las relaciones de las personas, sobre todo de las que tienen alguna forma de poder y de las que no lo tienen. ¿Y qué es un tatuaje mental? Pues cualquier idea que nos bloquee para entender bien la realidad que nos rodea.

Todo el mundo tiene ideas que pueden bloquearnos, lo sepamos o no. Una parte importante de estos tatuajes mentales son puros prejuicios, visiones fosilizadas de la realidad que mantenemos al margen de la experiencia y de los datos que esta nos suministra. ¿Quién no tiene prejuicios? Aprender a dominarlos es imprescindible para interactuar libremente, aun sabiendo que nunca podremos extirparlos completamente.

Otro tipo de tatuajes mentales son las ideologías y las creencias que degeneran en dogmas. Sin ninguna convicción, el individuo se convierte en un muñeco de plastilina moral, pero un exceso de convicciones intocables conduce la persona al error. Por ejemplo, el papa Francisco, que ejerce el máximo poder en la Iglesia, está demostrando que es capaz de revisar críticamente un buen montón de cosas, tal vez ciertos dogmas. Es una actitud valiente y audaz que merece aplauso y que deja en fuera de juego a los profesionales del inmovilismo.

En política democrática, los tatuajes mentales acostumbran a impedir los diagnósticos necesarios para entender y afrontar los cambios, esencia de la vida social. Y sin diagnósticos fiables, las decisiones no tienen otro sentido que la pura supervivencia en el cargo. Faltan imitadores de Francisco entre los gobernantes europeos, por eso proliferan populistas, payasos y dictadores en potencia.

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