28 jul 2014 L’home que volia morir-se
Hace muchos meses que Jordi Pujol, en algunas conversaciones, dejaba caer esta frase: «Yo, ahora, me tendría que morir». Los interlocutores quedaban atónitos. La explicación que se daba a este ataque de sinceridad tenía que ver con el goteo de noticias negativas sobre algunos de sus hijos, principalmente del primogénito, Jordi, y del único que ha querido hacer carrera política, Oriol. Ahora, una vez Pujol ha confesado que ha defraudado a la Hacienda pública y ha mentido durante más de tres décadas, este deseo verbalizado de fallecer tiene todo el sentido. Es el peor final para un líder que conoce muy bien la historia y que se comparaba con Prat de la Riba.
Pujol se ha cargado a Pujol y causa un daño gravísimo a su partido, a la federación CiU y al president Mas, que fue escogido como sucesor por el hombre que pide perdón con un comunicado que no está al nivel de alguien que ha gobernado 23 años. Tiempo tendremos de analizar el impacto que la confesión de Pujol puede tener en el movimiento soberanista. De momento, un apunte: ni tienen razón los que afirman que el proceso del derecho a decidir queda automáticamente abortado ni los que afirman que el mea culpa del patriarca no afectará a los acontecimientos. Hay cosas evidentes, al margen de la suerte de Pujol. Tengo escrito que una gran contradicción del proyecto soberanista -también regeneracionista- es que dependa en muy buena parte de una formación como CiU, con todos los males y lastres de la vieja política.
Estamos ante un caso de impostura sin precedentes en la Catalunya contemporánea. Una figura emblemática de la política catalana y española del siglo XX ha perdido su credibilidad y su autoridad moral. Es la distancia sideral entre lo que Pujol decía en sus discursos y la triste realidad de su vida privada lo que construye la tormenta perfecta sobre el mundo catalanista y sobre la sociedad catalana. Un político convergente, ya retirado, me decía ayer, con rabia y estupor: «No se lo puedo perdonar, me siento engañado y, además, he perdido la brújula». Este hombre añadía un comentario clave para entenderlo todo: «Una cosa es lo que hacían algunos de sus hijos, pero siempre habíamos pensado que Pujol no estaba manchado». Cuando escribí el libro Ara sí que toca!, publicado en el 2003, comprobé que era notorio que algunos miembros de la familia Pujol Ferrusola se movían en zonas poco claras legalmente, mientras parecía que el padre había decidido no querer saber nada de ello.
Los dirigentes de CDC y de CiU no tienen otra salida que despujolizar la organización a marchas forzadas, y eso también pasa -como ha insinuado Rull- por la dimisión de Pujol como presidente fundador. Es hora de hacer limpieza y catarsis. Toma fuerza la idea de un congreso extraordinario que aborde una refundación audaz de un espacio sociopolítico que es más importante que cualquier líder.