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Francesc-Marc Álvaro | L’engany i la gent
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31 jul 2014 L’engany i la gent

Hay prisa en contestar la pregunta política del momento: ¿cómo afectará al engaño de Jordi Pujol al proyecto soberanista? Hoy nadie lo sabe, yo tampoco. Ahora bien, observo que hay dos reacciones exageradas que no tienen ningún fundamento empírico: los que afirman con rotundidad -como algunos medios de Madrid y algunos políticos- que el proceso del derecho a decidir queda abortado automáticamente y los que aseguran con optimismo naif -desde entornos soberanistas- que la bomba pujoliana no influirá para nada en la hoja de ruta marcada por los partidos y colectivos comprometidos con la consulta. Me parece un grave error no considerar el impacto sobre los acontecimientos futuros de una noticia de perfiles históricos.

No perdamos de vista los hechos. Pujol no ha sido el inspirador ni el artífice del actual movimiento soberanista, al cual él se apunta tardíamente, siempre con incomodidad, vista su defensa, durante décadas, de la vía autonomista. Eso no implica que el expresident no haya sido, también para muchos viejos y nuevos soberanistas, un referente o una figura que escuchar. Está claro que ver a Pujol apoyando las tesis secesionistas era, hasta hace una semana, un elemento que sumaba y que podía borrar dudas y miedos, especialmente entre ciudadanos de más edad o más conservadores. Con todo, no nos engañemos: este es un proyecto que nace desde abajo, como una superación de los esquemas clásicos del pujolismo y, en este sentido, el ascendiente del fundador de CDC sobre el proceso es menor de lo que querrían los partidarios de la sagrada unidad de España. La manifestación del 11 de septiembre del 2012 descolocó a todo el mundo y cambió la agenda.

Otra cosa es el impacto indirecto del engaño de Pujol en el proceso, mediante la herida que provoca en Mas, en CDC y en CiU. Aquí todo se hace más denso y más embrollado. La lógica del peligro es incontestable: sin el concurso del actual president y del mundo convergente, el derecho a decidir no tendría bastante masa crítica ni bastante extensión ni fortaleza, extremo que valoran perfectamente ERC, la ANC y todo el mundo que se ha movilizado. Por lo tanto, todo lo que pueda debilitar, dividir o desmoralizar a CiU no es positivo para el conjunto del soberanismo, aunque eso se pueda compensar con un previsible crecimiento electoral de los republicanos y un incremento del discurso regeneracionista que va unido al proyecto de un Estado independiente. Eso es así, a pesar de saber que el desgaste de la marca CiU es muy agudo y que sólo se puede combatir con una refundación, más radical y profunda que la que se aplicó el viejo PSUC el día que se convirtió en ICV.

Como la complejidad del cuadro es considerable, tampoco debemos menospreciar que uno de los elementos que da centralidad, penetración y atractivo al soberanismo es el equilibrio que se ha forjado, desde hace dos años, entre el papel cartesiano e institucional de Mas y el papel vindicativo y popular de Junqueras. Son figuras complementarias. En todo caso, y a pesar de la tormenta, la larga rueda de prensa que dio ayer el presidente catalán en Madrid demuestra -como tuiteó Eduard Voltas- que Mas «es el mejor líder institucional que habría podido tener el proceso». Por otra parte, y para evitar interpretaciones fáciles, hay que recordar que el líder de CiU rompió ideológicamente con el marco del pujolismo hace tiempo, sólo hay que releer su primer discurso de investidura, de diciembre del 2010, para comprobarlo. Su desengaño personal con la política de Madrid, la evidencia de la recentralización, la forma como el TC recortó el Estatut y el clamor de la calle transforman a Mas en un soberanista pragmático, una mutación idéntica a la de otros muchos catalanes, el factor clave que los estrategas de Madrid no quieren comprender.

Escribí, hace años, que el pujolismo es, en perspectiva histórica, un momento del catalanismo. Un momento importante que va unido a la reconstrucción de la democracia y la autonomía, pero un momento más, como lo fueron el de la hegemonía de la Lliga Regionalista hace un siglo, el del protagonismo de la ERC de los años treinta, o el de la fuerza del PSUC en la oposición a Franco. El innegable puñetazo a la moral colectiva que supone el engaño continuado de Pujol llega cuando el pujolismo ya no sirve ni para interpretar la realidad ni para hacer política, aunque algunos nostálgicos del peix al cove no se han dado cuenta de ello. Esta circunstancia permite pensar -es una hipótesis- que los efectos del caso sobre el soberanismo tendrían que poder limitarse con inteligencia. Los poderes españoles lo tienen todo, el soberanismo sólo tiene gente. El reto es mantener la movilización y ampliar los partidarios, aspecto que cuenta con la ayuda valiosa de -entre otros- Montoro, Wert y Pedro Sánchez.

A raíz de los diversos casos de corrupción que han tocado al PP, al PSOE y a la familia real nadie ha certificado el fin de la dignidad de España. ¿Por qué, en cambio, hay quien pone en duda la dignidad de toda Catalunya y la legitimidad del soberanismo a raíz de la confesión de Pujol? La trampa es tan obvia que se desacredita sola y no sirve para explicar qué está pasando. En fin, ya se lo encontrarán pronto. Felices vacaciones, queridos lectores.

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