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Francesc-Marc Álvaro | Saltar a les fosques
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15 sep 2014 Saltar a les fosques

El de hoy podría ser el último discurso de Mas como president en un debate de política general regido por la pauta autonómica. Porque, pase lo que pase, después del 9 de noviembre, entraremos en una nueva fase marcada por muchos interrogantes y dos únicas certezas: el Gobierno no está dispuesto a permitir ninguna consulta sobre el futuro de Catalunya y la parte central y más movilizada de la sociedad catalana no renuncia a votar sobre continuar o no dentro de España. La clave de esta situación es el cambio de mentalidad del bloque socioelectoral moderado y la llegada a la mayoría de edad de una nueva generación. Una alteración profunda que tiene como principal motor el proyecto recentralizador, unitarista y excluyente del PP, aceptado, de facto, por un PSOE sin verdadera voluntad federal.

La sobrecarga de declaraciones y réplicas que se producirán entre hoy y el 9N no debería confundirnos: lo que cuenta es lo que finalmente se haga, no las constantes especulaciones tácticas o preventivas. Por eso, me parece que la base social del soberanismo hace un caso relativo de los discursos y espera las decisiones. La gran manifestación de la V envió tres mensajes potentes: de cara al mundo, que Catalunya es un sujeto político que no se puede silenciar; de cara a Madrid, que Rajoy todavía tiene tiempo de actuar como lo hace Londres con Escocia; de cara a Mas, Junqueras y demás, que es la hora de ir unidos y aparcar los intereses partidistas.

Por eso, más importante que discutir sobre si el Govern Mas pondrá o no las urnas el 9-N aunque el TC suspenda la consulta es la constatación de que cualquier camino que se tome ante el bloqueo de Madrid debe contar con el apoyo más amplio posible entre las fuerzas que acordaron la fecha y la consulta. Y también que lo que se acabe haciendo deberá ser explicado de manera muy clara y tendrá que ir acompañado de un calendario que conjure la frustración. El recurso a las plebiscitarias no está descartado, pero sólo tendría sentido si va ligado a un compromiso de trascender, en el momento adecuado, la legalidad española y asumir (mediante un Govern multicolor que tenga amplia mayoría parlamentaria) que se saltará la pared combinando inteligencia y audacia, sin salir a los balcones a hacer proclamas.

Todo eso -lleve o no la etiqueta de DUI- obliga a tener a punto previamente algunos instrumentos básicos, como una Hacienda catalana. Eso pide tiempo, durante el cual los poderes españoles no serán pasivos. La ausencia de un Cameron en la Moncloa nos lleva a este escenario de complejidad, en el cual será inevitable el momento en que la desconexión simbólica pasa a ser práctica. «Estamos a punto de dar un salto a oscuras», en acertada descripción de John Adams a Jefferson. Entonces, y sólo entonces, el problema catalán dejará de ser un asunto español y pasará a ser europeo.

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