ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Només depèn de la gent
3091
post-template-default,single,single-post,postid-3091,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

16 oct 2014 Només depèn de la gent

Más allá de las razones de los diferentes partidos del bloque del derecho a decidir, más allá de los cálculos y tácticas, más allá de la sintonía entre unos y otros dirigentes, quiero hablar de lo que me parece más importante en este momento, una vez el president Mas ha anunciado que la consulta prevista para el 9 de noviembre será sustituida por una jornada de participación ciudadana que -hay que remarcarlo- puede ser o no puede ser políticamente relevante. Y esta es la cuestión: el 9-N debe tener un significado político fuerte y lo más claro posible, lo cual sólo depende de la gente. Personas que, finalmente, hagan el gesto libre de inscribirse y votar.

El Govern organiza este tipo de ensayo de consulta, pero es evidente que el éxito o fracaso de una experiencia tan singular es cosa de la ciudadanía y, sobre todo, de los sectores sociales que se han movilizado por el derecho a decidir y por la independencia. Hay que pensar, en principio, que los contrarios a cualquier consulta no querrán otorgar validez alguna a este formato y se quedarán en casa. Para decirlo lisa y llanamente: la mayoría de personas mayores de 16 años que han salido a la calle cada Onze de Setembre desde el 2012 son los que tienen en sus manos la posibilidad de llenar de sentido un ejercicio colectivo de opinión que -guste más o menos- sirve para superar la actitud hostil del Gobierno español, empeñado a impedir que los catalanes aparezcan ante el mundo como sujeto político capaz de determinar su futuro.

Es el soberanismo civil y transversal, el que está más allá y más acá de los partidos, el que tiene el enorme poder de utilizar una herramienta supuestamente menor para hacer un recuento de votos que diga a Madrid y a las cancillerías europeas dos cosas: que la sociedad catalana no se resigna ante las prohibiciones y que el proceso de desconexión de Catalunya es mucho más que una manifestación anual y ritual de malestar. Hemos escrito muchas veces que la revuelta soberanista es un fenómeno que funciona de abajo arriba, una circunstancia que ha provocado que los políticos hayan tenido que cambiar sus previsiones, prioridades y discursos. La consulta alternativa no hace nada más que volver a poner el foco sobre los sectores que han asumido un proyecto nuevo de superación del marco autonómico, aquellos segmentos del país que quieren empoderarse. Y, a pesar de los defectos que pueda tener, esta jornada de participación no deja de subrayar el protagonismo de la ciudadanía como motor del cambio.

Si fuera sólo «la consulta de chichaynabo» o «el simulacro» de Mas, los poderes del Estado no vigilarían con tanto celo lo que pasará hasta el 9-N y los partidos nacionalistas españoles no estarían tan nerviosos como están. El Gobierno de Rajoy -como ha notado César Molinas- tiene un dilema muy complicado: o asume que el día 9-N en Catalunya hacemos una gran comedia y deja hacer, o asume que la consulta alternativa es un nuevo desafío al Estado y, entonces, despliega suspensiones, prohibiciones y sanciones. Lo que resultaría digno de estudio y motivo de hazmerreír global es que Madrid tratara lo que denomina «ocurrencia» como si fuera la consulta que el TC ha suspendido. Hoy por hoy, sin embargo, esto no se puede descartar. Los riesgos y costes de Rajoy son enormes haga lo que haga, extremo que indica que la jugada de Mas es más hábil de lo que parece, aunque haya voces en el campo soberanista que -por un motivo u otro- hablen de «consulta de costellada» o de «parodia». Madrid sólo ha acertado una parte de su pronóstico: pensaba que Mas -una vez asumido que ahora no tocaba forzar la legalidad- iría directo a elecciones. No se esperaban la consulta alternativa, que descoloca al Gobierno del PP y da nueva ventaja al soberanismo, que debe jugar al contragolpe con la agilidad de quien es más débil y más pequeño.

Tiempo tendremos de hablar de lo que pueda pasar después del 9-N, pero parece que, desde el pasado martes, hay -dentro y fuera del soberanismo- unos especialistas en detectar «la frustración de la gente», como si tuvieran el termómetro del estado de ánimo. Es comprensible que pueda haber personas que se sientan frustradas por este rodeo que introduce el Govern Mas, pero lo que yo noto en los ambientes movilizados tiene más que ver con la sorpresa, la desorientación y el desconcierto que con la frustración y el fatalismo. Si las cosas se explican bien, el nuevo reto se puede entender perfectamente, de acuerdo con un guión que renueve el compromiso de los líderes con lo que desea una mayoría muy activa. Una mayoría que -por suerte- no responde a las preocupaciones de las direcciones de los partidos. Tampoco veo que domine una sensación de engaño, palabra muy gorda que utilizan, sobre todo, el PP y C’s, formaciones que -paradójicamente- nunca han tenido ninguna confianza en Mas.

Los juicios de intenciones son libres como lo son las interpretaciones. ¿Por qué un gobernante hace o deja de hacer? A veces, buscamos causas ocultas cuando la realidad se nos presenta con una claridad aterradora. Que la desconfianza domine en estos momentos las relaciones entre los dirigentes del bloque del derecho a decidir no debería comportar que el anhelo de cambio en Catalunya se convierta en parálisis, reyerta y sospecha. Porque eso es justamente lo que Madrid espera.

Etiquetas: