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Francesc-Marc Álvaro | La gent d’ordre
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01 dic 2014 La gent d’ordre

Tuve la oportunidad, hace tiempo, de hablar con Mariano Rajoy, en el transcurso de un almuerzo organizado por La Vanguardia con el líder del PP donde nos reunimos unos cuantos columnistas de la casa. Recuerdo que la mayoría de las intervenciones dirigidas al gallego tenían una tesis parecida: el Madrid oficial no escucha lo que quiere Catalunya. El encuentro era anterior al 2012 y cuando los populares todavía estaban en la oposición. Entonces, se hablaba de malestar y desafección y casi nada de la independencia. Rajoy se mostró correcto y cordial, pero no dio señales de tomarse seriamente los augurios que una parte de los presentes expresamos. Encontré relevante que, sobre asuntos muy delicados de la sociedad catalana, tuviera un conocimiento aparentemente superficial y tópico. También me dio la impresión de que no estaba acostumbrado a escuchar diagnósticos sobre Catalunya diferentes de los que obtenía cuando se reunía con entornos partidarios o con élites con ganas de quedar bien.

Ahora pienso en aquel almuerzo. Cuando observo que Rajoy llega a Catalunya y combina el ataque frontal a Mas con el anuncio de que cumplirá las obligaciones económicas del Gobierno con la Generalitat, como si eso fuera un gran favor y no una decisión destinada a evitar más problemas al conjunto de España, como si los catalanes no aportáramos más a la caja común de lo que recibimos por parte de la Administración central. Como si esta falsa generosidad no subrayara todavía más la dependencia y el agravio. Tiene una explicación: aunque el 9-N ha descolocado a Rajoy y ha excitado los ánimos de los que quieren aplicar la mano dura al territorio rebelde, en la Moncloa todavía confían que la revuelta catalana será víctima del partidismo y de la falta de votos para consolidar la ruptura. El Mas independentista tranquilo ha roto todas las previsiones (por eso los propagandistas del sometimiento le tildan de «caudillo» y cosas peores), pero Rajoy no adopta el esquema británico. PP y PSOE quieren el mismo resultado que en Escocia pero sin pasar por referéndum alguno.

Rajoy debe pensar -como algunos politólogos y columnistas que pontifican sobre Catalunya desde la distancia- que la familia del empresario de orden que conocí el viernes en un restaurante de Barcelona no existe. Pero aseguro que no me invento nada: padre, madre y cuatro hijas son independentistas convencidos y aplauden el plan propuesto recientemente por Mas. Coinciden en los mismos lugares y ambientes que, por ejemplo, la familia de Juan Rosell, el presidente de la CEOE, pero ellos ya han desconectado de España y son más duros hablando del PP y de Sánchez-Camacho que cualquier militante de la CUP. Le pregunto a la madre si tiene miedo de boicots que afecten a su negocio; mientras sonríe, me asegura que ya hace mucho tiempo que pagan caro el ser una empresa catalana y no esconderlo.

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