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Francesc-Marc Álvaro | Viure millor
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01 ene 2015 Viure millor

Este 2 de enero, el historiador inglés Tony Judt habría cumplido 67 años. Pero el celebrado autor de obras tan importantes como Postguerra murió, como es sabido, el 6 de agosto de 2010. A mí me pasa con Judt lo mismo que los pasa a muchos no creyentes con el papa Francisco: a menudo me da motivos para apuntarme. Cuando leo a Judt -y ahora lo estoy releyendo para vacunarme contra la manía neoperonista que se ha puesto de moda en las Españas- me siento próximo a una izquierda que, desgraciadamente, no acostumbro a encontrar cerca de casa. Cuando vuelvo a las reflexiones del lúcido judío londinense, confirmo que la mejor defensa del Estado del bienestar parte de una actitud liberal y la mejor defensa de las libertades individuales y colectivas parte de una seria apuesta por la cohesión social. Por eso, si me preguntaran si soy de derechas o de izquierdas, contestaría que soy de lo que decía Judt.

«Los socialdemócratas -escribe Judt-, como los críticos del siglo XVIII de la ‘sociedad comercial’, se ofendían ante las consecuencias de la competencia desaforada; no pretendían tanto un futuro radical como un retorno a los valores de una manera de vivir mejor». Vivir mejor el conjunto de una sociedad determinada parece que debería ser el objetivo de cualquier política eficaz y plausible. Vivir mejor que nuestros antepasados. Lo cual tiene que ver con reducir las desigualdades y con una idea del progreso material y moral que salta por encima del relativismo posmoderno y quiere actuar como si todavía tuviéramos la brújula que se rompió a primeros de los ochenta del siglo XX, cuando se acabaron los grandes consensos sociales y económicos forjados en las sociedades democráticas avanzadas a partir de 1945.

¿Qué es, hoy, vivir mejor? Según Judt, «en las décadas inmediatamente posteriores a la posguerra había una indiferencia extendida hacia la riqueza como finalidad en ella misma». ¿Enturbia la nostalgia la mirada del historiador? No lo sé. Tengo un dato que corrobora su tesis, la consigno sin ánimo estadístico: mis padres trabajaron mucho y consiguieron vivir mejor (con más seguridad y bienestar) que mis abuelos, pero no sintieron nunca la necesidad del lujo, de la posesión material exagerada, de ser considerados «ricos». Eran austeros sin saberlo. Habían crecido en la precariedad. Pasaron a integrar la clase media que convirtió a los hijos de los que no tenían nada en gente que podía pagarse una mutua y enviar los chicos a la universidad. Ahora aumentan las desigualdades y, a la vez, se admira a los ricos más que antes.

Generalizar es malo, pero diría que nuestros hijos se sienten más atraídos por los millonarios que nuestros padres. He ahí un dato que los políticos responsables no deberían dejar en manos de los vendedores de chatarra ideológica.

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