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Francesc-Marc Álvaro | Preveure és inútil
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02 mar 2015 Preveure és inútil

Los historiadores, a veces, proyectan sobre la actualidad el efecto engañoso del plan perfectamente escrito que acaba pariendo una nueva época. Nunca, en ningún lugar, las acciones políticas responden de manera exacta y mecánica a diseños elaborados por expertos y sabios. La vida siempre se impone suciamente y de forma desgarbada, caprichosa. Los narradores de la historia oficial de la transición española han tenido no pocas veces la tentación de explicarnos aquellos años como la plasmación exacta de un guión brillante escrito por hombres de mente preclara e interpretado por figuras nobles y ejemplares. ¡Santa literatura infantil! La manía ha sido tan persistente que coloniza nuestra imaginación sobre el presente, hasta el punto de que la llamada transición catalana peca de un exceso de hojaderutismo, si se me permite el neologismo. La hoja de ruta del proceso se ha convertido en un objeto digno de ser buscado por Indiana Jones.

Seamos adultos. Por muchas hojas de ruta que se escriban y se pacten, el desenlace del conflicto entre una parte central de la sociedad catalana y los poderes del Estado no lo sabe nadie. Édouard Balladur, que fue primer ministro de Francia entre 1993 y 1995, tiene escrito que “el político intenta preverlo todo, pero es inútil. El acontecimiento inesperado, desdichado o exitoso, sorprende tanto aquel que perjudica como aquel que favorece”. Nos lo dice quien lo vivió en carne propia. Desde ahora hasta el 27 de septiembre han de pasar muchas cosas: algunas serán sorpresas prefabricadas y otras sorpresas naturales. Unas y otras fortalecerán a unos actores políticos mientras otros resultarán debilitados. Acudir fuerte o débil a la cita de las urnas será la clave. El pronóstico del Gobierno es que las debilidades internas del soberanismo (más la acción enérgica de organismos, partidos y medios contrarios a la secesión) impedirán que el futuro Parlament tenga una mayoría favorable a la independencia. Ni más ni menos. El resto ya forma parte de otra película.

El Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial han hecho lo que se sabía que harían. Nada nuevo. Mientras, el Consell de Garanties Estatutàries ha puesto en evidencia que la retaguardia institucional del soberanismo es un lugar incierto donde te puedes pillar los dedos, lo cual desmiente la tesis unionista del control absoluto que tendrían Mas y sus aliados sobre las instituciones autonómicas. Nada de nada. La asimetría es tan grande que da risa tener que decirla. ¿Quién tiene el poder? ¿Quién tiene la fuerza y la capacidad de punición? ¿Quién tiene recursos infinitos? A un lado, profesionales de la unidad sagrada. Al otro, aficionados de la secesión pacífica. Recuerden que uno de los retos del 9-N era impedir, sobre todo, que todo el peso de la ley cayera sobre el funcionariado catalán. ¿Se puede hacer una revuelta democrática sin riesgos repartidos?

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