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Francesc-Marc Álvaro | Vacuna i refugi
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09 mar 2015 Vacuna i refugi

La expansión al conjunto de España de Ciudadanos limita al norte con el CDS (partido de Suárez tras la UCD) y al sur con la Agrupación de Electores de Villabemoles de Arriba. Si se mira de lejos, puede recordar un poco al PRD que Miquel Roca y Antonio Garrigues (con otros como Florentino Pérez) impulsaron en 1986. Si se mira de cerca, tiene el color indefinido del Partido de los Cazadores. El artefacto de Rivera nació como formación identitaria contraria al catalanismo y con la obsesión de luchar contra la política lingüística de la Generalitat. Ahora, pasado un tiempo, quiere ser otra cosa de cara a los votantes de fuera de Catalunya, aprovechando el momento de descrédito de los grandes partidos y la fractura del bipartidismo: un partido bisagra, centrista y fresco, con un regeneracionismo que no asuste y represente la nueva política sin poner en cuestión los poderes fácticos. Un partido-vacuna contra Podemos y el soberanismo catalán, un partido-refugio para los desengañados del PP, y un partido-amigo de las élites que ya no pueden fiarse de Rajoy ni de Sánchez. El apoyo intenso, creciente y ditirámbico que varios entornos y medios proporcionan a Rivera es digno de tesis doctoral.

Albert Rivera hace muy bien su papel: aspira a ser el líder de una España que quiere gustarse más y tener el orgullo de aquella selección bautizada como la Roja. La esperanza blanca de la Garriga recoge elogios entre los que quieren un reajuste sin sorpresas de la Restauración de 1978 y entre los que aspiran a fortalecer los poderes del Estado pagando un precio bajo al malestar generado por la crisis y la corrupción. Para entendernos: ni en el Parlamento español ni en las Cámaras de Valencia, Andalucía, Galicia o Madrid habrá nunca una comisión como la del Parlament sobre el caso Pujol. Sólo hay que recordar el final de los gobiernos González para saber cuál es la relación entre verdad y supervivencia del Estado.

La web de Ciudadanos deja bien claro el producto: «La alternativa viable y sensata para transformar España». Pragmatismo y nada de experimentos. Rivera sólo tiene un problema: es catalán, aunque un catalán sin infección soberanista, con sello constitucional. El PP -nervioso- ya ha hurgado en la catalanidad de Rivera. ¡Qué ironía! He recordado los esfuerzos de Chacón para hacerse perdonar su lugar de nacimiento. Y también el camino cerrado de Piqué.

Si España no fuera España, el artefacto de Rivera podría aspirar a ser como los libdems británicos, pero no. Demasiada indefinición, demasiada soberbia y demasiada ayuda de los despachos donde los políticos son vistos como figuritas del belén. Uno de los compromisos principales de Ciudadanos indica que, en el fondo, aspiran a salvarnos, igual que Podemos. Rivera y los suyos prometen «restituir el principio de realidad en la política española». Es la modestia de los elegidos.

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