06 abr 2015 Fugir de l’odi
He leído un artículo excelente de Agustí Colomines sobre Bach, la Semana Santa y sus recuerdos como hijo de una familia antifranquista. Es un papel delicado que ilumina intensamente la educación de una clase media que -viniendo de una precariedad material muy grande- hizo todo lo posible para crear un país más civilizado y más libre. Colomines escribe -recordando como sus padres escuchaban, cada Viernes y Sábado santo, el disco de La Pasión según San Mateo- que todo aquello le impactó como nunca otro hecho cultural. El historiador añade una confesión que vale la pena subrayar: «la música y la literatura me salvaron del odio». No todo el mundo puede decir lo mismo. Por ejemplo, hay quien, cada semana y en sábado, vomita el triste espectáculo del odio obsesivo envuelto en el insulto más rancio.
Salvarse del odio debería ser la primera obligación moral, sobre todo de los que se dedican a la cosa pública, y también la de los que comentamos lo que pasa desde los medios. A raíz del accidente del avión de Germanwings, la catalanofobia más salvaje se hizo presente en las redes sociales. No se trata de nada nuevo ni excepcional, sólo lo pareció porque el hecho que servía de excusa tiene una dimensión trágica. La fobia a los catalanes (no sólo a los nacionalistas o soberanistas) es una constante documentada desde hace siglos y tiene relaciones con otras fobias hispánicas, como la judeofobia. El odio a lo catalán forma parte de un sustrato prepolítico que no ha desaparecido. La política oficial se limita a activar esta catalanofobia cuando le conviene, como hizo el PP cuando recogía firmas contra el Estatut.
¿Qué importancia política hay que dar a la catalonofobia? La de un síntoma. Y la de una expresión de poder que nos permite detectar la parte fuerte del conflicto. Obviamente, la mayoría de ciudadanos de las Españas no está de acuerdo con los tuits que celebraban la muerte de pasajeros catalanes. El grado de esta catalanofobia reciente es tan exagerado que hace saltar todas las alarmas, y por eso el Ministerio del Interior -en este caso sí- se ha puesto a perseguir a los autores de los tuits.
Para comprender bien el problema hay que analizar los mensajes de odio que no tienen que ver con el accidente de Germanwings, los que el fiscal general nunca tiene en cuenta. Hablo de cuando la catalanofobia ya no es percibida como tal, porque se mueve en un nivel que provoca poco o ningún rechazo en la sociedad española. Lo ilustró perfectamente el delegado del Gobierno en Andalucía cuando presentó el origen catalán de Rivera como un defecto. La catalanofobia diaria es eso, como lo es la frase «antes alemana que catalana», pronunciada cuando Gas Natural lanzó una opa sobre Endesa. El soberanismo -el viejo y el nuevo- también responde al deseo de huir de este odio, que algunos ven tan natural como el aire que respiramos.