ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | L’obsessió de sumar
3538
post-template-default,single,single-post,postid-3538,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

21 jun 2015 L’obsessió de sumar

Cuando Jordi Pujol quería concretar el paso del “fer país” al “fer política”, en las postrimerías del franquismo, tenía una obsesión: crear una versión actualizada del catalanismo político que fuera –digamos- un mix de los mejores elementos de las dos grandes tradiciones que, antes de la guerra civil, encarnaron respectivamente la Lliga Regionalista y la ERC de Macià y Companys, pero con la voluntad de ahorrarse los componentes más negativos de estas dos marcas. Pujol era muy crítico con los errores y estilos de la política catalanista de los años treinta, convulsos y trágicos.

Sumar tradiciones, grupos y personas era el método pujolista. Había que conjurar el testimonialismo. Desde el nacionalismo personalista, integrador y cívico, y también desde el europeísmo, Pujol anhelaba hacer una síntesis –una convergencia- de las ideologías moderadas y reformistas que han gobernado el Viejo Continente desde 1945: socialdemocracia escandinava, liberalismo social y socialcristianismo de inspiración alemana. Leyendo bien los cambios de la posguerra, su meta era conectar con una mayoría de gente que quería progreso, bienestar y autonomía sin sustos.

Sumar y no restar. Confluir, coincidir, converger. Pujol habla con mucha gente. En 1977, cuando la sopa de siglas era espesa, lo explicaba así: “CDC pretende vertebrar un gran movimiento nacionalista catalán y, por lo tanto, se dirige principalmente a los catalanistas demócratas, a la gente con una actitud constructiva y mentalidad de hacer país”. Tres años antes, el 17 de noviembre de 1974, se había celebrado clandestinamente en Montserrat la asamblea fundacional de Convergència Democràtica de Catalunya, con más de un centenar de personas de procedencias muy variadas. Unió se adhirió al proyecto pero eso sólo duró quince meses. En plena efervescencia posterior a la muerte de Franco, los democristianos se marcharon amistosamente para competir en el nuevo mercado electoral.

El desaparecido obispo Joan Carrera, vinculado durante años a Unió y estrecho colaborador del dirigente democristiano Anton Cañellas, recordaba así aquel momento de confluencia, en un libro-entrevista de Francesc Romeu: “Pues bien, hicimos un comité. Y Cañellas lo primero que hizo fue pedir que introdujéramos a Miquel Roca. Y  Roca, lo primero que hizo fue tratar de separar Convergència de Unió, o Unió de Convergència, o que Unió se fusionara con Convergència. Porque, claro está, todo era muy ambiguo. Pero una de las ambigüedades era que Cañellas representaba a Unió, pero no todos los de Unió veían con simpatía aquel proceso de Convergència”. Pujol respetaba a los venerables próceres de Unió, pero tenía claro que aquel pequeño partido fundado en 1931 no podía ser el eje de la nueva apuesta catalanista.

Finalmente, en las primeras elecciones generales de 15 de junio de 1977, Unió se presentó de la mano del pequeño partido Centre Català bajo un paraguas de nombre largo y solemne: Unió del Centre i la Democràcia Cristiana de Catalunya. Obtuvieron 174.077 votos y sólo dos diputados. La marca Unió no ha vuelto nunca más a competir en solitario. Pujol acudió a aquellos comicios inaugurales con la coalición Pacte Democràtic per Catalunya, donde estaban CDC, Esquerra Democràtica de Catalunya (liderada por Trias Fargas), Front Nacional de Catalunya y el PSC Reagrupament (que había liderado Pallach hasta su muerte unos meses antes de las elecciones). Aquella opción consiguió 11 diputados y un senador, y fue la tercera más votada, después de socialistas y comunistas. Esquerra Democràtica se fusionó con CDC en junio de 1978. Pujol iba sumando.

Durante un año, Unió debatió sobre su futuro. La democracia cristiana era una etiqueta esotérica en las Españas y en el espacio de centro había demasiadas siglas. Cañellas, que se acercó al presidente Suárez sin contar con el beneplácito de los dirigentes históricos, fue expulsado del partido y un grupo de militantes le siguió. El 19 de septiembre de 1978, Unió y CDC suscribieron un acuerdo electoral que representó el nacimiento de la coalición CiU, que tuvo su primer test en las generales de 1 de marzo de 1979. Duran Lleida todavía no mandaba. Unió aportaba pedigrí, densidad histórica y contactos internacionales. El pacto establecía una cuota del 25% para los democristianos en las candidaturas y los cargos institucionales. Sumas y más sumas. La obsesión pujolista.

Las municipales de 3 de abril del mismo año representaron el mejor cemento para aquella alianza: 325 alcaldes y 1.960 concejales encarnaron un poder territorial que convertía unas siglas en una realidad tangible. Pujol empezaba a ver que era posible articular un espacio central desde el nacionalismo. El expresident lo explicaba así en una conferencia de octubre de 2003: “Más que de CiU sería más exacto hablar de una fuerza nacionalista capaz de aglutinar a mucha gente y diversa y capaz de vertebrar el país. Capaz de hacer de pal de paller, que ha sido y es una expresión muy precisa y exacta”.

Para CiU la consolidación llegó con las primeras elecciones al Parlament, el 20 de marzo de 1980. Contra pronóstico, la coalición ganó por mayoría relativa. Clases medias transversales y élites económicas asumieron que CiU era quien mejor defendía los intereses de unos y de otros. Entre 1980 y 2003, este espacio fue inexpugnable.

Etiquetas: