ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Democràcia, any zero
3421
post-template-default,single,single-post,postid-3421,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

02 jul 2015 Democràcia, any zero

La tentación de reescribir la historia acostumbra a ser grande. Por eso hay que estar atentos a los que llegan como nuncios de un supuesto futuro. Vamos a los hechos probados: la democracia a pie de calle se empezó a notar, sobre todo, a partir de 1979. Después del 3 de abril de aquel año, los ayuntamientos cambiaron de arriba abajo. Las primeras municipales después de Franco nos trajeron alcaldes y concejales que no tenían nada que ver con el mundo de antes: llegaba a la gestión de la administración más próxima a la gente una generación que provenía de la lucha antifranquista, de las asociaciones de vecinos, de las entidades culturales, de las plataformas profesionales, del sindicalismo, de la Iglesia de base, de todo lo que la dictadura había combatido, ignorado o despreciado. Me viene a la cabeza la foto del primer consistorio democrático de mi ciudad: mujeres y hombres con mucha ilusión y muchas ganas de cambiar las cosas. Tengo un gran respeto por todos los que estuvieron y contribuyeron a hacer posible el progreso de nuestro mundo local.

¿Por qué les hablo de esto? Porque todavía no me he recuperado de un tuit que salió de la cuenta oficial de Twitter de Podemos Barcelona el sábado 13 de junio, en medio de la comprensible euforia que entre los partidarios de esta organización provocó la toma de posesión de Ada Colau. El mensaje era este: “Mucha gente ahora mismo en Plaza Sant Jaume. Es un día histórico: en Barcelona gobierna la ciudadanía”. Ciertamente, en Barcelona, gobierna la ciudadanía, pero eso no es noticia para cualquier persona informada. Hace treinta y seis años que es así. Porque en Barcelona, como el resto de localidades de Catalunya y del Estado español, son los ciudadanos los que, mediante sus representantes, gobiernan lo que a todo el mundo afecta. ¿Acaso no era un gobierno de la ciudadanía el primer consistorio democrático que escogieron los vecinos de Barcelona, con el alcalde Narcís Serra al frente? Después de aquel ayuntamiento, todos han representado el gobierno de la ciudadanía, con independencia del color que hayan tenido. Sugerir que los ciudadanos han debido esperar más de tres décadas para gobernar la capital de Catalunya es considerar que sólo BComú representa a la gente, lo cual es conceptualmente aberrante, además de ser numéricamente insostenible.

Tanto si esta consigna es producto de la pura ignorancia como si es resultado de un convencimiento ideológico –o de ambas cosas- estamos ante una peligrosa operación de falsificación histórica que prepara el campo para la fábula electoral de moda: habéis vivido engañados hasta hoy y gracias a nosotros tendréis, por fin, una democracia de verdad. En el 15-M, se hablaba de “democracia real”. Quizás se trata de conectar con aquel lema. De la democracia que ellos consideran fraudulenta a la democracia auténtica que –casualidades- sólo se materializa si ellos –los amigos de Iglesias- obtienen el poder.

Podemos -y la marca BComú- se presenta como punto de partida de la nueva democracia que va de la mano de la pretendida nueva política. De 1977 a 2015 hemos vivido dentro de Matrix pero ahora llega la revuelta que lleva los ciudadanos a gobernar -por vez primera- las instituciones. Este discurso es tan perverso y tan falaz que da risa, pero sus autores hablan seriamente. Ellos inventan el gobierno del pueblo. El adanismo es uno de los elementos básicos del proyecto Podemos, como lo es el juicio presentista y simplificador de lo que representó la transición. Adanismo, presentismo y superioridad moral informan la cultura política de Podemos y sus sucursales, lo cual aboca a sus dirigentes a hacer tabla rasa con todo lo que les ha precedido; en parte para subrayar la bondad intocable de sus propuestas y en parte para caricaturizar a todos sus adversarios como inservibles piezas de un universo de castas que hay que superar.

En este contexto, no deja de sorprender la colaboración de los dirigentes de ICV-EUiA en el borrado consciente de su propio papel histórico. El sucursalismo explícito con el cual Iglesias se relaciona con Herrera y Camats nos recuerda los días más grises del PSC ante González. Convertir el ascenso al poder de Iglesias en el momento cero de una verdadera democracia en España necesita cómplices. La trayectoria del PSUC como gran partido nacional durante la lucha clandestina y la transición merece que sus continuadores oficiales sean más fieles a los valores de una organización que fue clave a la hora de parar los pies a cualquier intento lerrouxista de división de nuestro país. ¿Cómo se puede defender el patrimonio cívico del PSUC y apoyar a la vez a un líder que quiere explotar las más rancias teorías sobre el catalanismo como movimiento burgués contrario al pueblo? Si Josep Termes todavía estuviera entre nosotros, se llevaría las manos a la cabeza al ver que Podemos actualiza la chatarra de siempre.

Mientras perdemos el tiempo comentando las meadas artísticas de la nueva responsable de comunicación del Ayuntamiento olvidamos lo sustancial de los nuevos profetas. Para entenderlos no es Juego de tronos lo que se necesita. Deben leer 1984, la magnífica novela de Orwell, donde el poder tiene una máxima tan eficaz como inquietante: “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”.

Etiquetas: