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Francesc-Marc Álvaro | Ingenus i nerviosos
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20 jul 2015 Ingenus i nerviosos

Se dice en privado y en algunos ambientes públicos que el principal problema del soberanismo catalán es su ingenuidad. Se tilda –a menudo con condescendencia- a los soberanistas de ingenuos porque –llevados por la ilusión- todavía no se han dado cuenta de sus debilidades y de la fortaleza del Estado español y la falta de apoyos internacionales. Ónega –uno de los pocos periodistas de Madrid que escribe sobre el proceso con voluntad de saber qué pasa- decía el sábado que  “el programa de Mas y Junqueras es endeble y peca de una ingenuidad impropia de señores tan sólidos y solventes”. Si es así, Madrid y las élites inquietas que han despreciado a la sociedad catalana no deben preocuparse: los partidarios de la independencia pagarán su ingenuidad con “frustración”.

Este planteamiento psicologista puede servir para ruedas de prensa ministeriales o para despachar el problema en una cena de verano en la Cerdanya. Sin embargo, si hablamos seriamente, estos comentarios sólo sirven para poner en evidencia los nervios que se han vuelto a disparar entre los que pensaban que CDC y ERC se habían marcado el autogol definitivo. No conozco a nadie que tenga alguna responsabilidad importante en el proceso que piense que eso estará chupado, ni tan sólo los que dicen que se podrá hacer la desconexión en pocos meses. Al contrario, las personas que más han trabajado a fondo sobre la independencia no se engañan sobre la complejidad de este objetivo. Y, contra lo que van repitiendo algunos desde lejos, se trata de gente bien informada sobre lo que ocurre en Bruselas y en el mundo.

Dicho esto, y más allá de los nervios y las histerias que ha reactivado la lista unitaria, la narrativa implícita de ciertos análisis del conflicto parte de una premisa que yo no calificaré de ingenua pero sí de carente de toda base empírica. Esta premisa dice que, al final, cuando el Gobierno vea que el soberanismo tiene mayoría en el Parlament, hará gestos para frenar la ola. Entonces, el bloque moderado abandonaría la aventura convencido de que el nuevo “peix al cove” es mejor que arriesgarse a saltar la pared. Previamente, los poderes del Estado habrán soltado tantas amenazas que, al llegar la propina, la gente con más miedo besaría las fotos de Rajoy y Àngel Ros.

Yo no sé si esta supuesta oferta de Madrid llegará después del 27-S, pero estoy convencido de que, en todo caso, llegaría demasiado tarde y no sería creíble. Para serlo, tendría que romper antes el consenso sobre Catalunya como región anómala a disolver, y eso no lo verán. La clave del inmovilismo –que el editorial de ayer de este diario bautiza como “quietismo” – es el pánico del PP y del PSOE (imitado por C’s y Podemos) a pagar el altísimo precio en votos que tendría cualquier cesión real de más poder y más financiación a Catalunya. Son prisioneros trágicos de una demagogia muy antigua.

 

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