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Francesc-Marc Álvaro | Tsipras contra Tsipras
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24 jul 2015 Tsipras contra Tsipras

El primer ministro griego, Alexis Tsipras, llegó al poder con un discurso que prometía una firmeza excepcional y, finalmente, ha tenido que flexibilizar sus posiciones hasta el punto de que ahora tiene en contra a una parte de los diputados de Syriza y de sus votantes. ¿Ética de la convicción o ética de la responsabilidad? Varoufakis quiere pasar a la historia como un hombre coherente mientras Tsipras quiere salvar los trastos. Esta historia es muy antigua y se repite: los que ponen las convicciones por encima de todo contra los que asumen unas decisiones que comportan la decepción. También se puede hablar de puros contra pragmáticos o de radicales contra moderados. Es una fábula que sólo puede sorprender a quien se crea la propaganda que ofrece utopías de todo a cien.

No sé qué piensan –en privado- sobre Tsipras los amigos oficiales de Syriza en Catalunya y España. Sería un gran ejercicio escuchar las cavilaciones sinceras de los que se han reclamado homólogos de la formación griega que promovió un referéndum oficial que, a la hora de la verdad, no sirvió para transformar la realidad ni un centímetro. Sería magnífico que nos dijeran qué pasa cuando resulta que Tsipras debe hacer lo mismo que los partidos que Iglesias y sus capitanes detestan, empezando por los socialdemócratas. En la intersección virtuosa donde el fanático táctico da la mano al cínico indignado, aparece siempre la excusa paliativa del que opera en política como si los otros fueran imbéciles. Todo tiene explicación y todo cuadra. Por ejemplo: “Tsipras recorta porque debe escoger el mal menor, Mas recorta porque disfruta haciéndolo y porque es un servidor de las fuerzas del mal neocapitalista”. En caso de emergencia, recuerden justificar el escandaloso gasto militar diciendo que “eso es culpa de los norteamericanos y la OTAN”. Este estribillo despierta simpatías.

Los verdes alemanes, cuando pasaron a ser un partido con peso parlamentario, a primeros de los ochenta, vivieron unos debates terribles entre “fundamentalistas” y “realistas”, que acabaron ganando estos últimos. ¿Hasta dónde había que implicarse en unas instituciones que algunos veían como el territorio del enemigo? Los que querían cambiar las cosas aceptaron el juego parlamentario y las servidumbres de gobernar, aunque eso también era aceptar que no lo cambiarían todo ni a la velocidad que prometían. En la CUP, este tipo de discusiones son habituales y se pueden intensificar si obtienen más diputados en el Parlament. En Podemos, en cambio, todo está muy claro: se trata de llegar al poder sin manías, sustituyendo al PSOE.

Tsipras contra Tsipras, una tragedia gris. Mientras, aquí, algunos dan a entender que la revolución es renunciar a un palco del Liceu o quitar la misa de la Mercè del programa de la fiesta mayor.

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