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Francesc-Marc Álvaro | Van molt tard
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03 sep 2015 Van molt tard

Si dijera que me sorprendió, mentiría. Los poderes del Estado y las élites que forman parte de él harán todo lo necesario para impedir una victoria del soberanismo el 27-S. Y eso incluye utilizar a los padres de la patria como quien saca a pasear a los gigantes en fiesta mayor. Felipe González ha sido el primero a comparecer, con un escrito verdaderamente impropio de alguien que va por el mundo con ademán de estadista.

La primera lectura de la carta que González dirige a los catalanes me produjo una sensación parecida al asco. Los que queremos una Catalunya independiente estamos acostumbrados a que nos llamen nazis y cosas parecidas, pero esta vez es distinto. La com­paración proviene de alguien muy importante en la historia de ­España, una figura que nunca debería pronunciarse como un hooligan, por respeto a lo que él mismo fue. Como demócrata y como sobrino de un de­portado republicano asesinado en Mauthausen, el párrafo sobre la Alemania y la Italia de los treinta me produjo también mucha tristeza. El despropósito es tan ­evidente que queda claro que el escrito en cuestión no está elaborado para seducir a una parte de los potenciales votantes soberanistas con dudas.

Con todo, y más allá de este punto lamentable, la afirmación política más inquietante que hace González es otra. Lo expresa como conclusión de su misiva: «No creo que España se vaya a romper, porque sé que eso no va a ocurrir, sea cual sea el resultado electoral». Investido de la función de futurólogo y de oráculo, González afirma solemnemente que él sabe lo que ocurrirá y, sobre todo, lo que no ocurrirá, extremo que describe utilizando un verbo negativo como «romper». El detalle, sin embargo, que ilumina perfectamente la actitud de González y de otros nombres de peso ante la situación de Catalunya es el explícito menosprecio por lo que voten los ciudadanos. «Sea cual sea el resultado electoral» -remarca el antiguo líder del PSOE- el soberanismo debe abandonar toda esperanza de modificar la realidad. La advertencia es pura tautología paternalista: «Niño, eso no se puede hacer porque sí y porque lo digo yo, y basta». Con la jubilación, González ha intensificado un talante arrogante y displicente, un teatro que pudimos observar bien cuando una televisión privada lo puso al lado de Mas para conversar sobre el proceso. El diálogo democrático exige respeto por el otro y que nadie se coloque por encima de nadie.

En mi modesta opinión, el mensaje principal del artículo de González es una idea tan extravagante como peligrosa: una hipotética victoria soberanista no influirá para nada en la realidad. Lisa y llanamente: votar es un ejercicio inútil. La gravedad de esta posición es escandalosa y choca con los principios de la UE y de cualquier nación democrática. El extremismo de este punto de vista explica la adhesión a la carta de Aznar y otros elementos partidarios de la mano dura contra la revuelta catalana.

¿Cómo hay que interpretar el pronunciamiento público de González dentro del cuadro general de estos días? ¿Es un texto destinado a preparar el terreno por si hay que emprender medidas excepcionales? En Madrid han empezado a notar que, en eso de Catalunya, podría ser que hubieran llegado tarde, demasiado tarde. «Estos se van», le dijo Aznar a Rajoy, hace unos meses, después de una visita para captar el ambiente entre las élites más preocupadas por una hipotética secesión. Asimismo, la concreción -in extremis- de la lista Junts pel Sí ha disparado todas las alarmas en los centros de poder de la capital española, porque se daba por hecho que las disputas entre Mas y Junqueras frenarían el proceso. Para rematar, varias encuestas de los partidos señalan que populares y socialistas podrían convertirse en irrelevantes en un Parlament más fragmentado y donde el soberanismo -si es mayoritario- abriría la puerta a una desconexión efectiva.

Los que tienen las palancas del Estado han llegado tarde y lo saben. Este mismo martes, el PP se ha sacado de la manga una reforma exprés del TC para poder castigar a Mas con celeridad, una medida que violenta todo el edificio institucional de 1978 y que no está muy lejos de las maneras de Moscú o Caracas. A algunos no les gusta la forma en que eso se hace pero aplauden el objetivo. La amenaza catalana justificará muchas cosas. ¿Improvisación? ¿Medida desesperada? ¿Electoralismo para mantener el Gobierno? De todo un poco. La carta de González y el cambio de la ley del TC impulsado por los populares participan -matices aparte- de un mismo estado de ánimo y de una misma lectura primaria y errónea de los hechos de Catalunya, que parte de dos premisas: a) muerto el perro, se acabó la rabia; b) los votos serán papel mojado.

Rajoy no ha obtenido de la canciller Merkel una declaración tan rotunda y cómplice sobre Catalunya como la que Obama regaló a Cameron sobre Escocia en junio del año pasado. Los alemanes han recitado el manual, nada más. Moragas debe afinar. «Estos se van» es frase que resuena en la cabeza de Rajoy cada noche. Los potenciales votantes soberanistas están movilizados (y más motivados a cada declaración ministerial) mientras los populares disfrazan a García Albiol de constitucionalista y los socialistas celebran que Isidoro salga de la nevera. En Madrid, llegan muy tarde, y lo saben.

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