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Francesc-Marc Álvaro | Tres mentides miserables
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14 sep 2015 Tres mentides miserables

Las municipales y las elecciones al Parlament de 2012 ya pusieron de manifiesto hasta qué punto la mentira está presente en un proceso electoral cuando determinados poderes y entornos se sienten impotentes. Trias y Mas lo sufrieron en carne propia. Ahora, otra vez, los mismos actores -más histéricos que nunca- han multiplicado los canales de las falsedades para intentar ganar la mano. Esta guerra sucia pone al descubierto la poca confianza en la verdad y la anemia argumental de las fuerzas unionistas. De las muchas mentiras que circulan, hay tres que merecen respuesta. Por su carácter extremo y miserable. Y porque ningún demócrata -vote lo que vote- debería darlas por buenas.

La primera mentira consiste en afirmar que el soberanismo es un movimiento étnico que hace distinciones entre catalanes de nacimiento y de adopción, y que se avergüenza -como afirmó Iglesias en un momento vomitivo- de los apellidos castellanos, andaluces, murcianos, etc. Cualquiera que pasee por Catalunya sabe que el soberanismo no pregunta los orígenes de las personas porque es un proyecto cívico, dato que han certificado todos los estudiosos del caso catalán. Hay muchos Sánchez entre los soberanistas, lo cual explica la magnitud de esta ola de cambio. Y también hay algunos Bosch entre los unionistas. El apellido no determina la opción. Las realidades son afortunadamente híbridas. Desenterrar las consignas del lerrouxismo sí pone en peligro la convivencia, no proponer un Estado independiente, donde nadie tendrá que renunciar a sentirse español, marroquí o argentino.

La segunda mentira busca criminalizar el soberanismo, después de intentar vincularlo al nazismo, a ETA y al yihadismo. La fábula que ahora difunden viene a decir que los ciudadanos que no se sienten soberanistas tienen miedo de hablar en público porque se les hace la vida imposible. La palabra que se deja caer es «intimidación», como si el país fuera uno de los pueblos controlados por la mafia. La maniobra es tan chapucera que no hace falta desmentirla, basta con esperar a que la realidad se abra camino.

Y, en tercer lugar, tenemos la mentira sobre el supuesto gran apoyo mediático a la causa soberanista. Con una mano me basta (y me sobran dedos) para contar los medios de Barcelona cuya línea editorial es favorable a la independencia. El resto, aquí y en Madrid, está en contra. Con respecto a los públicos, TV3 y Catalunya Ràdio practican un pluralismo impecable, cosa que no hacen ni TVE ni RNE (que todavía pagamos todos los catalanes), donde nunca aparecen voces próximas al soberanismo. La asimetría mediática en beneficio del unionismo es irre­futable.

Que quede claro: la pacífica revuelta catalana se hace contra toneladas de mentiras.

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