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Francesc-Marc Álvaro | Paradoxes i desconcerts
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12 nov 2015 Paradoxes i desconcerts

Mientras escribo estas líneas nadie sabe todavía si, hoy jueves, el Parlament investirá a Mas o no como president. Hay muchos rumores y también hay la sensación que es muy difícil que las posiciones expresadas el martes se hayan modificado sustancialmente. Con todo, los que quieren ver el vaso medio lleno dicen que hay margen para un acuerdo entre Junts pel Sí y la CUP. Más allá del optimismo y del pesimismo, quiero poner de relieve cuatro paradojas importantes que han aparecido después del 27-S y que pesan mucho, tanto si hoy Catalunya tiene presidente como si convertimos el autogol en vía muerta.

La primera paradoja tiene que ver con las coincidencias y divergencias internas del bloque soberanista. Durante la campaña de los últimos comicios catalanes, al votante soberanista se le transmitió la idea de que las diferencias entre las dos opciones del sí a la independènciia eran menores en relación a lo que las vinculaba. Se sabía que Junts pel Sí se movía en un centro-izquierda reformista y la CUP en la izquierda alternativa, pero se suponía que el eje ideológico no sería problema para colaborar en la empresa común de la desconexión. Eso hizo que la lista de Romeva no remarcara lo bastante que el soberanismo tenía un voto más útil que otro (en términos de creación de una mayoría gubernamental sólida) y que Madrid a quien temía es a la coalición impulsada por CDC y ERC.

La misma noche del 27-S hizo aparición, por boca de los diputados electos de la CUP, el eje ideológico, encubierto siempre dentro del recordatorio a «no investir a Mas» y los llamamientos constantes a «la coherencia». Es decir, los comicios los había ganado el soberanismo superando las divisiones pero, a la hora de la verdad, la parte más pequeña del movimiento ponía por delante su agenda, hasta el punto de convertirla en un veto y, por lo tanto, en un foso. El desconcierto del electorado soberanista fue y es muy grande, incluidos no pocos nuevos votantes de la CUP, menos imbuidos de la doctrina y retórica de estas siglas que la parroquia cupera habitual. Para saltar la pared, es de sentido común que hace falta potenciar los elementos compartidos y aparcar las muchas distancias entre unos y otros. Los grandes partidos españoles van coordinados para detener la desconexión.

La segunda paradoja tiene que ver con las expectativas sobre la firmeza de Mas y su fidelidad al mandato democrático. Es una paradoja muy aguda que resumiré así: durante meses, ha pesado sobre el líder de CDC la sospecha (alimentada por algunos) de que, cuando llegara el momento crítico, Mas daría marcha atrás, pero resulta que hoy son los más radicales los que quieren que se marche (o que se ponga en segundo término) a la hora del pulso con el Estado. El asunto es delirante, porque es obvio que la desconfianza sobre el president ha venido, sobre todo, de los que se consideran más puros y más veteranos en el compromiso independentista. Los hechos son tozudos: unos hablan de «desobediencia» cada cinco minutos pero, por ahora, sólo es Mas (con Ortega y Rigau) quien debe pasar por los tribunales por haber puesto las urnas sin permiso de Rajoy. Eso también desconcierta a mucha gente que va con la estelada, porque la mayoría social del soberanismo ha detectado la diferencia entre el verbalismo revolucionario de salón y las decisiones de riesgo asumidas con responsabilidad y serenidad.

La tercera paradoja tiene que ver con una pregunta que algunos se hacen estos días: ¿qué ganó realmente el 27-S? A mi parecer, y a la vista de las cifras, triunfó el soberanismo tranquilo, basado en tres factores que no se pueden dejar de lado: hacer las cosas bien; hacer las cosas desde un liderazgo claro y responsable; y hacer las cosas según un calendario y una gestión del tiempo que evite más errores de la cuenta. El programa de Junts pel Sí no planteaba una ruptura antes de tener un Govern ni abonaba la idea de una DUI. Los discursos de Mas en campaña indicaban la voluntad de controlar un recorrido de microrroturas fácticas no condicionadas por la tentación de hacer un balcón emocional al estilo de los treinta. Junts pel Sí vendió una transición conducida con firmeza pero también con inteligencia, y alejada de maximalismos anarquizantes. Nuevamente, el desconcierto de muchos ante una declaración hecha antes de tener president y Govern ha sido monumental.

Finalmente, la cuarta paradoja tiene relación con el centro de gravedad social del soberanismo. La CUP y otros afirman que el movimiento pro-independencia ha girado a la izquierda y eso les permite especular sobre el final de Mas para -dicen- aumentar los apoyos populares. Los que así teorizan olvidan que, todavía hoy, la centralidad moderada es la que da grueso, consistencia y extensión al nuevo soberanismo: antiguos votantes de CiU y del PSC que han abandonado el autonomismo a cambio de un proyecto de país nuevo que no contempla escenografías vintage de la Rosa de Fuego. Se dice como un dogma que el soberanismo sólo crecerá por la izquierda sin tener en cuenta que el centro moderado se podría perder si se hacen demasiadas burradas en nombre de una secesión exprés y torpe. El desconcierto aumenta.

Así lo veo ahora, con sinceridad. Querría verlo con más alegría, pero la realidad no me regala motivos para el optimismo.

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