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Francesc-Marc Álvaro | El pensador al plató
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13 nov 2015 El pensador al plató

El intelectual mediático es un invento francés que ha tenido mucho éxito. Zola -sin quererlo- fue el primero de esta especie, cuando salió en defensa valiente de un hombre convertidoen cabeza de turco por un Estado yuna opinión pública movidos porprejuicios racistas. La muerte de André Glucksmann nos recuerda que la figura del pensador que juega a fondo las reglas de la sociedad del espectáculo -para decirlo como el también francés Debord- es polémica por naturaleza. En este mismo diario, el fallecido ha sido presentado -por firmas distintas- como un demonio neocon y como un ángel de la libertad de pensamiento, y no fue ni una cosa ni otra. Quizás sólo fue un hijo de su época con muchas contradicciones, a la busca de una voz y de un momento de verdad entre una cátedra y un plató televisivo.

Bernard-Henri Lévy escribe de Glucksmann en Le Monde que la vehemencia de su amigo quizás ha sido una manera de ser fiel a sí mismo. Lévy es quien ha sobresalido más refinadamente en el papel de intelectual provocador en los medios. En sus memorias, explica que uno de sus secretos ha sido aparecer siempre en las entrevistas y debates con una camisa blanca desabrochada, como una especie de príncipe renacentista a punto para el esgrima. Ahora, muchos años después, los políticos han copiado los trapicheos de estos nuevos viejos filósofos, y ensayan carnavales de todo a cien.

El problema que yo tengo con los Glucksmann y los Lévy de turno es la sobreactuación, la máscara sobre la máscara. Cuando admiraban a Mao o cuando defendían la invasión de Iraq pecaban por exceso, a pesar de haber cambiado de bandera. Aquí, esotambién ha pasado: los más intransigentes gibelinos se han convertido enlos güelfos más combativos. Hayquien siempre cree tener la razón y quien siempre exhibe superioridad moral, ya sea militando en la LCR o asesorando a Aznar. El vedetismo de Glucksmann y de Lévy no quita ni pone interés a sus ideas: unas veces, sus reflexiones han hecho diana; otras, se han estrellado en el oportunismo. A menudo, sin embargo, nos han obligado a repensar y han alimentado el fuego de la controversia, que es también uno de sus objetivos.

Se ha recordado que Glucksmann fue asistente del gran Aron, el crítico antipático de Mayo del 68, antagonista de Sartre, el viejo que se puso al lado de los jóvenes de las barricadas. Pero Aron no necesitaba el circo ni las imposturas, no tenía que sobreactuar. Desde las clases y los periódicos, Aron mantuvo una lucha ejemplar contra una intelectualidad que prometía con cinismo el hombre nuevo, primero en versión Stalin y después en versión Pol Pot. Aron, el gran solitario de la guerra fría en Francia, todavía hoy se puede leer con provecho, voz honesta que fue, igual que aquel Camus a quien no perdonaron un libro como El hombre rebelde.

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