23 nov 2015 Represàlia i tradició
Hay represalias y hay tradiciones. La decisión de Rajoy de excluir a Mas de las conversaciones sobre terrorismo yihadista podría sorprender a quien no tenga memoria. A mí no me sorprende. En apariencia, el episodio se puede resumir como un gesto de separación –exclusión– ante “el enemigo separatista”. El separador siempre ha tenido más tradición en España que el separatista. La medida es una punición simbólica que quiere transmitir un mensaje inquietante, ubicado más allá de la decencia política: los catalanes estaréis al descubierto mientras tengáis como presidente a un rebelde y, por lo tanto, echarlo, con o sin ayuda de la CUP y sus monaguillos del Cicuta Party, maestros en la retórica indigesta, perdonavidas y pseudopoética de los puristas.
Pero el movimiento del jefe de Gobierno español es erróneo y torpe, aunque sea electoralmente interesante. La Moncloa castiga al conjunto de la sociedad catalana porque quiere la cabeza de Mas, una indistinción que, a su vez, permite al soberanismo recordar uno de sus principales argumentos: Catalunya recibe un maltrato estructural y continuado por parte de los poderes del Estado. Esta es una evidencia reforzada por la nueva vuelta de tuerca de Montoro a las finanzas castigadas de la Generalitat, con enfoque neocolonial y autoritario: control total sobre las migajas e incentivación explícita de la delación inquisitorial por los funcionarios autonómicos. La delación nos conecta con los días más putrefactos del régimen que se acabó hace cuarenta años.
Decía que tengo memoria, decía que la represalia pesa tanto como la tradición. Mas no es llamado por Rajoy, líder del partido que tiene el dudoso honor de haber negado reiteradamente la autoría real de los graves atentados del 11-M. Hay un gran precedente, salvando todas las distancias y mucho antes de que el soberanismo fuera lo que es. Hablo –claro– del día siguiente del intento de golpe de estado del 23-F de 1981 y de la reunión solemne del jefe de Estado con todos los partidos presentes en las Cortes, excepto los nacionalistas catalanes y vascos, CiU y PNV. Como si Roca –padre de la Constitución de 1978– fuera sospechoso de kale borroka. Los nostálgicos del franquismo querían reconfigurar la democracia armas en mano y la respuesta oficial fue olvidarse de una parte de los demócratas, los que molestaban con sus estatutos. Esta vez, hay una diferencia, hay que decirlo: el lehendakari Urkullu está en la lista de los buenos, para que quede claro que el malo de la película es sólo uno: el president de Catalunya.
Por debajo de todo eso, se nos informa de que los Mossos d’Esquadra –después de las quejas del conseller de Interior– han participado, finalmente, en la mesa de coordinación policial donde se habla de los asuntos prácticos que tienen que ver con la seguridad colectiva ante los nuevos desafíos. Celebrémoslo.