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Francesc-Marc Álvaro | Per a la jove senyora Pérez
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26 nov 2015 Per a la jove senyora Pérez

Tienen que imaginar un gran solar. Y también un edificio muy bien construido –que ocupa el mencionado terreno– pero afectado de una aluminosis severa, más presente en unos pisos que en otros. Y, finalmente, deben imaginar qué les sería más rentable: emprender la reforma o abordar la demolición para construir de nuevo. Exactamente eso es lo que –supongo– piensan desde hace tiempo muchos dirigentes, cuadros territoriales y militantes de Convergència Democràtica, el partido principal del nacionalismo desde 1980. ¿Reformar o derribar todo el inmueble? Desde la actual dirección, parece que quieren la vía del medio, pretenden una especie de disolución y la contraponen a una eventual refundación. Disolver: no sé qué significa, en este caso.

La marca CiU estaba gastada, la marca CDC también lo está. Pero no es un problema de marcas. Desde el día en que Jordi Pujol confesó la herencia oculta de su padre, los convergentes debieron aceptar que sería imposible redecorar la casa. Los casos de real o presunta corrupción han erosionado a esta formación como han tocado a otros partidos de gobierno, caso del PP y del PSOE, pero eso podría ser atacado mediante una cirugía urgente: cortar un tejido dañado, coser con cuidado, etc. Pero estamos en un cuadro menos controlable y más oscuro. El drama del engaño pujoliano y sus derivadas no tiene más salida creíble que la pura y descarnada demolición, la ruptura simbólica y real con el pasado, el exorcismo político acompañado de una profunda despujolización.

CDC no puede hacer como los conservadores españoles que, después de decir adiós a Fraga y pasar por la etapa fallida de Hernández Mancha, dieron continuidad a la vieja AP mediante un PP que es el resultado del tuning planificado de Aznar y sus acólitos. CDC ha hecho una función histórica desde 1974 pero no puede continuar. Este es mi diagnóstico. Los partidos son herramientas que nacen, mueren y pasan, son los espacios políticos lo que conviene defender y, si se puede, ampliar. Por eso me parece que Rull se confunde cuando dice que “el planteamiento ya no es refundar CDC, sino fundar un nuevo espacio con todos aquellos partidos y organizaciones que se quieran incorporar”. El espacio –el solar– ya existe, lo que toca es dibujar planos y edificar una organización del siglo XXI con libertad, inteligencia y osadía.

Sólo los creyentes lloran la muerte de las siglas, la gente corriente, no. Entre los que rechazan el derribo, hay un poco de todo, pero predominan los que no han sabido o no han querido comprender que el cambio de mentalidad de la sociedad no es una moda. El mundo que supo interpretar Pujol ya no existe y el primero en darse cuenta de ello en CDC fue su sucesor, que asumió el concepto “derecho a decidir” en el 2007. A partir del 2012, Mas abrazó la idea de la independencia. Lo hizo porque comprobó los límites estructurales de la autonomía, la cerrazón intransigente del Madrid político y las ansias de unos sectores moderados cansados del maltrato material y moral de los gobiernos españoles.

Artur Mas ha dicho que quiere seguir teniendo un “papel relevante” en el nuevo proyecto que acaben haciendo los todavía convergentes. ¿Qué quiere decir? ¿Quiere hacer como Sarkozy con Los Republicanos? ¿Quiere colocarse en segundo término? ¿Quiere tutelar sin liderar? Lo que denomino soberanismo moderado y otros denominan centro soberanista tiene a Mas como líder natural, pero también hay que recordar que el actual president se puso fecha de caducidad. Lo hizo cuando vinculó el final de su carrera al proceso, al sugerir que él no aspiraba a presidir una futura República catalana y que le bastaba con ser el hombre de la desconexión. Su final depende de este compromiso y de muchos frentes abiertos: investidura, querella, pugna con el Gobierno, etcétera.

En todo caso, un partido de nuevo cuño tendrá que escoger a sus líderes de una manera más abierta y horizontal de lo que lo ha hecho CDC, será indispensable enterrar los vicios endogámicos y poner en el escaparate a los jóvenes alcaldes que prestigian este universo con un nuevo estilo y un trabajo serio.

Imagino el artefacto postconvergente como una versión catalana de los libdems británicos más que como un collage de tradiciones diversas en yuxtaposición o una versión forzada del SNP, que en Escocia concentra todo el soberanismo; el centro soberanista convivirá con una izquierda soberanista articulada por ERC a partir, sobre todo, de la explosión del PSC. Los convergentes tienen que repensar ideas, cambiar maneras y lograr una síntesis atractiva que aproveche lo mejor del liberalismo progresista y de la socialdemocracia, con un europeísmo potente de corte federal y una vindicación actualizada de la cultura de gobierno postnoucentista. Un partido en red y activo en pueblos y ciudades, que sea capaz de operar con credibilidad durante la transición nacional (más larga de lo que se ha dicho) y también en un escenario de soberanía plena. Un proyecto permeable a movimientos diversos, metropolitano, comarcal, barcelonés, de mirada global y desacomplejada sobre los poderes, capaz de representar a amplias capas y de relacionarse de forma adulta con las élites.

Me parece que la joven señora Pérez –más valiente y crítica que la vieja señora Pérez– podría votar esta opción.

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