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Francesc-Marc Álvaro | Els purs i els ingenus
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03 dic 2015 Els purs i els ingenus

Lo diré de entrada y para evitar malentendidos: este artículo es para presionar a Junts pel Sí, no a la CUP. Pueden descansar los abogados defensores que ahora les han salido a los cuperos, pobrecitos, tan presionados. Me interesa y me preocupa, ­sobre todo, lo que pasa en la calle central del soberanismo, que es de la que depende el éxito o el fracaso de este movimiento y la que yo siento próxima. Expresé, después del 27-S, que era un error la manera como Junts pel Sí encaraba las negociaciones para investir president, sobre todo la declaración del pasado 9 de noviembre, pensando que de esta manera ablandarían un mundo que, como es evidente, no responde a las lógicas parlamentarias convencionales. Desde entonces, todo se ha hecho mal. Después del primer no de la CUP a investir al candidato de Junts pel Sí, quedaba claro que cada cesión del grupo grande no satisfaría a los minoritarios y sólo serviría para erosionar la figura de Mas, crear desconcierto y convertir la mayoría parlamentaria del soberanismo en una ficción. Uno de los momentos más lamentables fue cuando Mas propuso un acuerdo que contenía una moción de confianza. Las soluciones extravagantes de los anticapitalistas estaban penetrando en un político serio.

La ingenuidad o tozudez de Mas esperando romper el veto de la CUP, el miedo a nuevas elecciones y la falsa idea de que las diferencias entre el soberanismo central y el de extrema izquierda son salvables nos han conducido al panorama de hoy. Se ha dejado pudrir la victoria del 27-S, que era ajustada y no permitía nada parecido a una DUI pero, en cambio, habilitaba al nuevo Govern a abrir la vía de la desconexión e ir reforzando las estructuras de Estado con inteligencia y movimientos bien pensados. Un nuevo Govern –quiero su­brayar– que había que formar lo más rápidamente posible para poder aguantar con eficacia y seguridad el pulso del Estado español, y para proyectar credibilidad en el exterior y evitar perder apoyos sociales. Pero el veto de la CUP a Mas ha tapado el problema principal de cualquier acuerdo entre los 62 y los 10: el mito de la pureza y su consecuencia práctica, que no es otra que el miedo a gobernar y, por lo tanto, a decepcionar a la militancia. Los que llevaban el lema electoral “gobernémonos” pretenden algo que ni Mas ni Junqueras pueden aceptar: apliquen –vienen a decir– una parte de nuestra agenda y nosotros nos lo miraremos desde la barrera. Por todo eso afirmo que, si llega después del 20-D un sí de la CUP a Mas, este acuerdo tendría muchas probabilidades de ser inaplicable en el día a día. Con el añadido de que Anna Gabriel y los suyos lo presentarían como un gran sacrificio (quizás con el argumento de una eventual victoria de Rivera en Catalunya) a cambio del cual apretarían todavía más al Govern de Junts pel Sí con una lista irrealizable.

Se ha dicho que los convergentes son culpables de haber engordado el ascenso de la CUP con una actitud condescendiente y paternalista, movida también por el interés táctico contra ERC. Aceptemos esta explicación y añadamos otro factor: la dirección de CDC y Mas llegaron a creer que toda la CUP era como el grupo de tres diputados que lideraba David Fernàndez la anterior legislatura, que tuvo un papel destacado en las negociaciones previas al 9-N. La sintonía entre el president y Fernàndez acabó de fabricar el espejismo, que se consolidó gracias a la foto del abrazo. Cuperos simpáticos, nuestros hijos, qué gracia. La CUP de verdad es la de ahora, con diez diputados y Anna Gabriel marcando el compás. Si el equipo de Mas hubiera escuchado a los convergentes de muchos pueblos y ciudades, se habría preparado para lo peor y no habría permitido que la campaña de Junts pel Sí fuera también –incomprensiblemente– a favor de los cuperos. Claro está que, en algunos lugares, caso de Berga, el éxito de la CUP no se puede desligar de una pésima gestión municipal convergente.

Un exmilitante de la CUP me explica que, en el veto a Mas, hay, más allá de los argumentos repetidos, la negativa irracional a aceptar la dinámica de un proceso que se ha desarrollado de manera muy diferente a como siempre había imaginado un escenario de secesión la izquierda inde­pendentista. Que no sean los revolucionarios oficiales los abanderados de este proceso y que –contra todo pronóstico– sea un converso de centroderecha el president de la desconexión son dos circunstancias insoportables para los que cuando mencionan “el pueblo” piensan en un sujeto idealizado a la medida de su dogma. Eso nos lleva a la profecía autocumplida: desde la CUP –y otros ámbitos– se decía que Mas no aguantaría hasta el final; a la hora de la verdad, sin embargo, son los más supuestamente coherentes los que hacen todo lo posible para quitar del medio al president.

En el origen de la fascinación que ejerce la CUP entre determinados votantes –especialmente entre los que votaron el 27-S esta opción por primera vez y que no tienen nada de anticapitalistas– está la promesa de la pureza absoluta, un producto que se ofrece como panacea en tiempo de corrupciones y descrédito de la política. Los puros tienen todo el tiempo del mundo porque aspiran a la comunidad perfecta, su túnica les protege. Mientras, que sean los ingenuos impuros los que intentan hacer funcionar el país.

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