10 mar 2016 Sociovergència, l’altre país
El episodio gerundense provocado por la repentina investidura de Puigdemont como president ha acabado -después de muchos líos y errores- con una nueva alcaldesa y un pacto entre convergentes y socialistas. A raíz de esta noticia, algunos se han extrañado de que la capital del independentismo más fuerte no esté gobernada por las mismas formaciones responsables del Govern en este momento de anunciada desconexión. Algunos, incluso, ven incomprensible que el bipartito del Ayuntamiento de Girona reúna a aquellos que en el Parlament del parque de la Ciutadella tienen posiciones contrarias, sobre todo desde que el PSC borró el derecho a decidir de su programa. La lógica de Junts pel Sí y del proceso se ha roto en el consistorio de la capital de la Catalunya desconectada, la parte del país donde una mayoría social vive como si el Estado español fuera una realidad absolutamente superada.
Más allá de las circunstancias particulares de Girona y de los actores implicados, este acontecimiento pone el foco sobre una realidad que -nadie debería sorprenderse- es predominante en el mapa municipal, si observamos las capitales de comarca. Nueve ciudades principales (contando Girona) funcionan con gobiernos bipartitos CDC-PSC (con o sin miembros de Unió y/o Demòcrates de Catalunya), siete con alcaldía convergente y dos con alcaldía socialista. Hablo de localidades tan destacadas como Terrassa, Mataró, Vic -ciudad emblemática de la causa soberanista-, Vilanova i la Geltrú, Figueres, Olot, Vilafranca del Penedès y Tàrrega. «Junts pel dia a dia». En cambio, sólo hay cuatro capitales de comarca donde se reproduce la alianza que hoy sostiene al Govern: Manresa, Reus, Valls y Tremp. Un bipartito diferente, formado por republicanos y socialistas, gobierna Balaguer y Solsona, mientras El Vendrell está en manos de un tripartito integrado por PSC, CiU y ERC.
Todo el mundo sabe que la política local pasa por unas coordenadas que no son las mismas de la política general. Siempre ha sido así, desde los comicios de 1979. ¿Quién no ha visto pactos insólitos que sólo se explicaban por razones personales o por tradiciones circunscritas a un territorio? Por ejemplo, mi ciudad tuvo -hace unos años- un gobierno constituido por CiU e ICV contra la voluntad explícita -y desobedecida- de la dirección ecosocialista nacional. Actualmente, Cervera es una capital de comarca regida por una suma de fuerzas bien peculiar, para no mencionar grandes poblaciones como Badalona y Sabadell, con equipos de gobierno con muchas siglas de izquierdas. Dicho esto, las tendencias políticas generales también tiñen las dinámicas locales, con más o menos intensidad. El crecimiento electoral de la idea independentista ha impactado en los Ayuntamientos, pero no lo ha hecho de manera uniforme. Catalunya es un país pequeño con una enorme diversidad interna, lo que la hace muy parecida a otras sociedades europeas. El proceso ha modulado el voto local pero no lo ha cambiado completamente. En su día, ya advertimos que convertir las municipales del 24 de mayo en primarias del 27-S no era muy inteligente.
La foto de las muchas ciudades relevantes gobernadas por la sociovergència pone de relieve varias cosas, algunas de las cuales no se acostumbran a decir, quizás por miedo de incomodar a unos u otros. Primera: tenemos un país de solapamientos de acusada complejidad, que exige mucha cintura y poco trazo grueso. Segunda: la caída constante del PSC en las urnas no ha significado su desaparición en ámbitos urbanos importantes. Tercera: los ciudadanos de estas localidades encuentran, en general, completamente normales los acuerdos entre convergentes y socialistas, a pesar de la agenda soberanista nacional, como si una cosa no tuviera nada que ver con la otra. Y cuarta: existe una cultura política ampliamente compartida por convergentes y socialistas que favorece el pacto, por encima y por debajo de los ejes izquierda/derecha e independentismo/españolismo. Ese eje es más importante de lo que parece a la hora de aprobar políticas municipales. ERC es extremadamente sensible a la presión de entornos que no siempre ven la opción de cogobernar como un paso interesante, una actitud que el crecimiento de la CUP ha potenciado notablemente, generando una duda estratégica entre no pocos dirigentes y cuadros locales republicanos sobre cuál es la mejor manera de hacer frente a la competencia de los anticapitalistas. ¿Es preferible hacer oposición o sumarse a gobiernos junto a fuerzas de la «vieja política»?
Mientras alcaldes y concejales de la sociovergència van trabajando tranquilamente, el PSC (igual que C’s) no participa en la comisión del Proceso Constituyente de la Cámara catalana y pedirá amparo al TC ante el impulso de las leyes de desconexión. Mientras la sociovergència aparece como la metáfora de una transversalidad con muchos prismas, Sánchez repite que no se reunirá con CDC ni con ERC, como si fueran apestados. ¿Qué socialismo catalán es más próximo al país real, el que pacta o el que niega? ¿Cuál acabará ganando la partida?