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Francesc-Marc Álvaro | El nou Pujol es diu Colau
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14 abr 2016 El nou Pujol es diu Colau

Ada Colau es el Jordi Pujol de la nueva época. El president forjó su prestigio en la oposición a la dictadura, por lo cual fue juzgado y sufrió tortura y prisión. La alcaldesa, muchos años después, en un contexto democrático y de crisis económica, construye su carisma como portavoz de la PAH, entidad que simboliza la resistencia ante una injusticia que toca un aspecto básico como la vivienda. Si Pujol era un héroe imprevisto de la pequeña burguesía que pone en riesgo una posición confortable para plantar cara a Franco (cuando la mayoría que lo hacía eran militantes comunistas), Colau es la heroína que se complica la vida luchando, a pie de calle, contra los bancos y la indiferencia de la política oficial.

El joven Pujol intuyó que la mejor manera de acelerar el final de la tiranía era dar testimonio de una nueva generación que -paradójicamente- mostraba una actitud, en general, de adaptación acrítica a un régimen que perpetuaba una victoria militar. La joven Colau intuyó que la mejor manera de acelerar la sustitución de los políticos del sistema del 78 era poner en primer término uno de los problemas que han cambiado el guión de una sociedad con conquistas sociales irreversibles. La autoridad que tenía Pujol en 1980, al ser investido president, provenía de aquel momento de 1960 en que se rebeló, cuando hacerlo salía muy caro. La autoridad que tiene Colau cuando llega a la alcaldía proviene de su faceta como activista que se rebela contra intereses muy fuertes, dotados de una gran influencia para minimizar situaciones graves.

El juego de las vidas paralelas acaba aquí. Lo que Pujol hace y dice durante el consejo de guerra pone la semilla de un proyecto de reconstrucción del catalanismo político que se pretende como superación de los errores y premisas del nacionalismo de la etapa republicana y la guerra civil. La CDC que se fundó en 1974 es la cristalización de esta nueva propuesta que quiere sintetizar lo que habían sido formaciones tan diferentes como la Lliga de Cambó y la Esquerra de Macià, con elementos de actualización tomados de la experiencia europea de posguerra.

Colau y Barcelona en Comú están ensayando la reconstrucción de la izquierda catalana aprovechando el impacto de varias crisis superpuestas (económica, de credibilidad, de sistema y europea) para ocupar democráticamente espacios de poder formal y consolidarse en la esfera institucional, teniendo en cuenta que la erosión del PSC ofrece mucho campo para correr. Esta reconstrucción se hará con una suma de materiales nuevos y viejos (Iniciativa, EUiA, Podemos, la mencionada BComú y otros) pero con una voluntad clara de superar los marcos y narrativas de la transición. Quien ata todo esto es Colau, la que tiene el carisma y la autoridad para competir, convencer y ganar. Los ecosocialistas, a pesar de su cultura de gobierno, no tienen más remedio que diluirse.

El pujolismo padeció siempre una debilidad fundacional que era también su ventaja electoral: el líder de CDC era, a la vez, el ideólogo, algo que hacía que los convergentes no dedicaran mucho tiempo a pensar. Pujol ya lo había pensado todo antes de llegar a la presidencia. En eso, era calcado a Kissinger, que en 1972 confesó a Norman Mailer que estaba trabajando «con ideas que formé en Harvard hace años. No he tenido una idea nueva desde que me metí en esto; sólo trabajo con las antiguas». Gobernar la Generalitat durante veintitrés años malacostumbró un partido que hoy, en cambio, necesita repensarse con urgencia pero no tiene el hábito para hacerlo. La batalla de las ideas siempre fue un reto postergado por Pujol, por eso disfrutó de largo predominio electoral sin obtener la hegemonía en términos gramscianos.

Colau no va de ideóloga por la vida, no le hace falta. Tiene varias personas en su equipo que se dedican a las ideas. Su acierto estratégico es haber asumido el papel de abanderada de un cambio ideológico y generacional que proviene de una batalla cultural que no desperdicia ningún espacio. El Ayuntamiento de Barcelona es la herramienta principal y más potente -pero no la única- para asentar una hegemonía ideológica inexpugnable que haga irrelevantes todos los discursos y grupos considerados adversarios. Esta operación se basa en dos conceptos: autenticidad y proximidad. Colau es la alcaldesa que siempre subraya que no forma parte de las élites y que escucha a la gente. Pisarello -su hombre fuerte- lo explica así en el libro Ada, la rebel·lió democràtica, de Joan Serra: «somos una generación nueva, que no viene de las familias de siempre».

En un mundo bombardeado por noticias del tipo papeles de Panamá, Colau encarna la promesa de una política sin infecciones y sin averías. Sobre la base de una narrativa esquemática de buenos y malos, que hace del contrario alguien siempre moralmente inferior, el colauismo tenderá a crecer y arraigar. Que en la cocina del éxito de Colau participen destacados veteranos de las izquierdas oficiales del viejo orden, como Ricard Gomà, Jordi Borja y Joan Subirats, es un detalle que nadie tendrá en cuenta a la hora de votar.

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