ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Un sopar i un error
3903
post-template-default,single,single-post,postid-3903,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

02 may 2016 Un sopar i un error

El jueves pasado se cumplieron veinte años de una cena muy importante para la política de España y Catalunya: el ágape del Majestic que sirvió para sellar el pacto del mismo nombre que hicieron José Mª Aznar y Jordi Pujol después de las elecciones generales del 3 de marzo de 1996. A cambio de aceptar resolver una serie de demandas, el líder del PP se aseguró la mayoría parlamentaria para llegar a la Moncloa y hacer posible la alternancia después de catorce años de gobiernos socialistas. Pujol ha explicado varias veces que fue Felipe González –perdedor por la mínima de aquella batalla- quien le recomendó que alcanzara un acuerdo con los populares para evitar una gran inestabilidad.

Aquel acontecimiento marca el principio del final del nacionalismo catalán tal como había sido pensado desde primeros del siglo XX. El intervencionismo catalanista tocó techo en el Hotel Majestic y, a partir de entonces, el método del “peix al cove” perdió eficacia porque populares y socialistas ya le habían tomado las medidas al pujolismo, que entraba –a su vez- en fase declinante. El pacto del Majestic dio resultados tangibles –entre los cuales la mejora de la financiación autonómica, el crecimiento de las inversiones del Estado y el despliegue de los Mossos- pero también puso en evidencia una cierta ingenuidad negociadora convergente. Aznar cumplió en poco tiempo todos los compromisos y eso hizo pensar a Pujol que su lista había sido demasiado corta. Para la nueva derecha aznariana la jugada fue redonda, como lo prueba la mayoría absoluta del año 2000.

En cambio, Pujol no fue premiado por aquel acuerdo, todo lo contrario. En las catalanas de 1999, Pasqual Maragall lo superó en votos, una ventaja que no se tradujo en escaños. El pujolismo se estaba oxidando. Como advirtieron algunos en su momento (Miquel Roca, por ejemplo), lo peor del pacto del Majestic fue una puesta en escena exagerada, que sugería grandes complicidades. De un día para otro, los dirigentes de CiU quisieron olvidar cánticos como “¡Pujol, enano, habla castellano!” Pero muchos electores tenían memoria y, además, no valoraban de igual forma pactar con el PSOE –se había hecho en 1993- que hacerlo con el PP.

Como explico en el libro Ara sí que toca!, el president intuyó que se estaba equivocando la misma noche del Majestic. Mientras degustaba el excelente menú que había preparado el chef Fermí Puig, Pujol se acercó a Joaquim Molins y, al oído, le dijo: “nos estamos equivocando. ¡Qué número hemos montado!” Con un Aznar crecido y sin ganas de ser centrista a partir del 2000, Pujol empezó a sufrir, pero no aceptó el acuerdo que le ofreció la ERC de Carod-Rovira para no depender de los populares en el Parlament, y aquello puso las bases del tripartito que vendría después. Los que ahora añoran una CDC que ya no existe deberían tener bien presente esta historia.

Etiquetas: