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Francesc-Marc Álvaro | La no-campanya i els zombis
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05 may 2016 La no-campanya i els zombis

La política democrática necesita una dosis determinada de teatro pero no todas las representaciones son de la misma calidad. Hay funciones de alto nivel al lado de funciones horteras y aburridas. La campaña que precederá las elecciones del 26 de junio tiene todos los números para ser teatro malo, gastado y sin mucho público. Los principales candidatos que concurren se han convertido en una especie de zombis, y no es sólo una metáfora. El zombi es un muerto que vuelve a la vida gracias a la brujería. Los movimientos del zombi son mecánicos y torpes, dan miedo, risa y asco. El zombi es un cadáver que anda, no acostumbra a hablar y emite sonidos extraños, es una amenaza para la buena gente. La capacidad de destrucción de los zombis es considerable.

¿Y qué puede hacer un zombi para no parecer zombi? He ahí el reto de figuras tan ilustres como Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera. No querría ser el jefe de campaña de estos señores, porque los spin-doctors de turno tendrán que arremangarse y no les bastará con aplicar el manual. Esta vez los comicios exigen un tipo de talento que no abunda en la política de nuestros días y nuestros predios: el talento para rectificar sin parecer un tránsfuga, para cambiar de perspectiva sin moverte de posición, para ser sincero sin ser el campeón de la autenticidad prefabricada. Este talento se resume en una operación: adaptarse al nuevo contexto sin desdibujarse. Porque es obvio que los candidatos deberán bajar a la arena habiendo asumido una serie de correcciones, de lo contrario no serían profesionales de la política o –para decirlo claramente- serían unos imbéciles.

 

Adaptarse a un nuevo clima de opinión y corregir es la clave. Sin embargo, ¿qué corregirán los partidos principales? ¿Los proyectos? ¿Los programas? ¿Los mensajes? El PP y el PSOE no tienen otro proyecto que continuar con la dinámica bipartidista instaurada desde la transición; C’s tiene el proyecto de devenir la pieza clave indispensable para hacer cualquier gobierno, en sustitución de nacionalistas catalanes y vascos; y Podemos tiene el proyecto de reducir el PSOE a la mínima expresión para convertirse en el partido grande de la izquierda. Como ya hemos dicho otras veces, ninguna de estas cuatro formaciones tiene un verdadero proyecto de España, original y ambicioso, capaz de provocar ilusión. Son los proyectos particulares de patriotas españoles con más patriotismo de partido que del otro, ni más ni menos.

Con respecto a los programas electorales, parece de sentido común que no haya modificaciones de los papeles que se redactaron para atraer el voto el mes de diciembre. Las prioridades y medidas que se anunciaron hace seis meses todavía deben ser vigentes, no ha habido ninguna transformación de fondo –en la vida económica y social- que exija una reescritura de lo que entonces se dio por bueno. Lo que ha cambiado es el ambiente político: los electores están descontentos, los candidatos se han desgastado, las instituciones han perdido prestigio y los discursos suenan más vacíos que nunca. Eso nos lleva a los mensajes electorales. Es por aquí donde los equipos de campaña pueden intentar huir de la maldición de los zombis. Los proyectos y los programas son iguales que antes del 20-D pero los mensajes tendrían que ser diferentes para ser algo creíbles. Porque la política española ha tocado fondo, ha fracasado, ha demostrado que no sabe salir del laberinto sin devolver la pelota a los electores. Unos mensajes nuevos podrían incorporar humildad, sentido del ridículo, modestia, capacidad de escuchar y –quizás- un poco de grandeza y generosidad. Los mensajes de la nueva campaña deberían demostrar en todo momento que los líderes que han sido incapaces de hacer acuerdos cambian de actitud, más allá del oportunismo. No con retórica barata que maquille los reproches al rival, sino con el respeto que se merece el ciudadano exhausto ante el que se ha escenificado una obra que mezcla sectarismo, incompetencia y tacticismo como no se había visto desde hacía tiempo en la UE. Las declaraciones de Rajoy sobre la pereza que le dan los debates y la manera como el PSC ha liquidado las primarias antes de celebrarlas son señales que no alimentan el optimismo.

Thomas Macaulay, que fue un político whig de gran inteligencia, escribió que “una época de reformas es siempre fecunda en impostores”. El Estado español necesita reformas a fondo (más allá de la crisis por los casos de corrupción sistémica) lo cual invita al arte de la impostura. En todas sus formas. Conceptos como nueva y vieja política se han oxidado a la velocidad de la luz y gestos que parecían regeneradores han desembocado en un magma confuso para consumo de creyentes. Detrás de los zombis, los prestidigitadores de la irresponsabilidad analizan encuestas que les permitan encontrar la melodía perdida. Pero la magia no tiene nada que hacer si –durante cuatro meses- has enseñado el culo arrugado de tus promesas.

Vendrán los zombis y bailaremos con los vampiros. La no campaña no será apta para personas con mucha memoria.

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