ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Més múscul, no un miracle
3965
post-template-default,single,single-post,postid-3965,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

16 jun 2016 Més múscul, no un miracle

Los giros de guión del proceso catalán parecen infinitos. Ahora se habla de un referéndum unilateral de independencia (RUI), que tendría que sustituir la hoja de ruta del Govern Puigdemont, a raíz de la enmienda a la totalidad de los presupuestos por parte de la CUP. En la versión de esta idea que explica el presidente de la ANC, Jordi Sánchez, se denomina referéndum vinculante de independencia, un matiz que no quita ni pone a una eventual salida que desplazaría la tan mencionada declaración unilateral de independencia (DUI). Hay quien ve en el RUI una manera de esquivar el bloqueo de los poderes del Estado y la mayoría de partidos –excepto Podemos- a un referéndum oficial pactado, al estilo del que se celebró en Escocia el 18 de septiembre de 2014.

La semana pasada escribí que después de la moción de confianza anunciada por Puigdemont, “lo que urge es hacer una especie de reset que, sin abandonar el objetivo de la independencia, reescriba el calendario, los ritmos y los pasos concretos de un periplo que será más largo (y menos directo) de lo que se dijo”. Añadía, a la luz del último movimiento presidencial, que “sin este ejercicio de realismo básico, los meses próximos serán todavía más agónicos y nerviosos de lo que ahora intuimos”. Me cuesta ver que el RUI pueda transformarse en el reset adecuado. Da la sensación de que, una vez más, la pizarra táctica nos domina; en este sentido, hay quien afirma que el RUI intensificaría las contradicciones de los comunes, sobre todo si –como es de prever- el referéndum oficial no se hace. También hay quien sugiere que el RUI es el nuevo elemento movilizador para que la gente salga a la calle el próximo 11 de Setembre. ¿Dónde está aquí la estrategia? Al proceso no le hace falta un nuevo McGuffin, que es una excusa argumental que se utiliza en cine para que la acción avance. La política debe avanzar sobre realidades.

El RUI sería una repetición del proceso participativo del 9N. Sin pacto con Madrid o sin cobertura y arbitraje internacional, cualquier referéndum se estrellará contra una serie de circunstancias, entre las que no es poca cosa que Catalunya no vive ahora un clima pre-insurreccional que invite a funcionarios y personal de la Generalitat a exponerse a los tribunales españoles. López Bofill centra bien la cuestión cuando, en Vilaweb, explica que “con el RUI, se pretende que las consecuencias legales del acceso a la independencia recaigan sobre los ciudadanos y los funcionarios –directores de instituto, Departamento de Governació, sindicatura electoral, etc. – en lugar de los diputados elegidos, que restarán exentos de responsabilidad”. El RUI, aunque algunos quieran teorizarlo de manera sofisticada, no deja de ser un retorno al clásico “pit i collons” o al omnipresente “tenim pressa”, lema antipolítico que el independentismo debería enterrar de una vez.

El principal problema de hablar del RUI es que miramos el dedo en vez de la luna. La debilidad principal del proyecto independentista –hay que admitirlo de manera adulta- es la falta de mayor musculatura social. El 48% de votos es una cifra muy importante, única en la historia del país, pero insuficiente para ensayar determinadas salidas. Sin musculatura suficiente no se salta ninguna pared. Según algún partidario convencido del RUI, la mayoría independentista necesaria saldría justamente de este envite y, por lo tanto, no hay que forjarla previamente. Es la teoría del arrastre, según la cual muchos se sumarán a la secesión si la cosa va de veras. Se dijo lo mismo del proceso constituyente (ahora aparcado): si nos dedicamos a debatir todos los aspectos de la nueva República –decían los entusiastas de turno- muchas personas se convertirán  porque se darán cuenta de que el nuevo Estado comportará ventajas, etcétera. Nada de nada. En este tipo de razonamientos siempre se adivina la nostalgia por un milagro que tiene que resolver las cosas cuando más complicadas están. Si la mayoría favorable a la secesión fuera más holgada (y si la correlación de fuerzas independentistas en el Parlament fuera otra) el paisaje donde colocamos el referéndum legal o el RUI sería diferente, incluso teniendo en cuenta el inmovilismo del Estado.

Como no espero milagros, diría que la manera de hacer crecer los partidarios de la independencia es la utilización inteligente del tiempo, que es la regla primera de la política. Pero el Govern Puigdemont se encorsetó dentro de los dieciocho meses, un horizonte que proviene del plan inicial que expuso Mas el 25 de noviembre de 2014; no deja de ser irónico que la hoja de ruta del entonces president no prosperara pero, en cambio, el calendario de aquel periplo acabara en el programa de Junts pel Sí del 27-S. Más allá y más acá de estas peripecias, soy de la opinión que el reset del independentismo pasa por repensarse en clave de acumulación y consolidación de apoyo social, y sin perder de vista que la emergencia de Podemos y los comunes constituye una opa nada disimulada a ERC, partido que –hace tiempo- había imaginado una opa en sentido inverso.

Etiquetas: