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Francesc-Marc Álvaro | Models de país
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01 sep 2016 Models de país

Se acusa a los políticos –los de Barcelona y los de Madrid– de ser prisioneros de la táctica. A la vista del paisaje, ese es un dato objetivo más que un juicio de valor. Por lo tanto, intentemos no caer en el mismo error de nuestros representantes democráticos y procuremos un análisis de perspectiva más estratégica. En el debate político catalán, de vez en cuando, aparece la expresión “modelo de país”, que nadie sabe exactamente qué significa pero que se utiliza con una contundencia y una alegría sensacionales. En el debate político español, la expresión no está tan presente, aunque este concepto también atraviesa muchos discursos; ayer mismo, Rajoy, desde la tribuna del Congreso, volvió a repetir que PP, PSOE y C’s son “tres partidos que piensan lo mismo en los temas fundamentales”, lo que sugiere que hay algo parecido a un modelo de país español, construido sobre determinados consensos.

No se puede hablar de modelo de país sin tener en cuenta la historia y la geopolítica. Lo que hay es fruto de varias capas y de un combate de siglos entre progreso y reacción, entre cierre y apertura. Hace dos años, se conmemoró el centenario de la Mancomunitat de Catalunya, que representó la primera gran apuesta de una administración dentro de la España contemporánea por la implantación sistemática de políticas modernizadoras al servicio de la ciudadanía, tal como hoy entendemos el interés general. Prat de la Riba tenía en la cabeza un modelo de país que no tenía nada que ver con lo que había generado la Restauración. La crisis de 1898 hizo caer el decorado de una representación apolillada y, con gran velocidad, las ideas se fueron convirtiendo en objetivos y en acciones. La nación impulsada por el primer catalanismo político era la plasmación del único regeneracionismo hispánico que salía adelante y que rompía el espinazo de las fuerzas del viejo sistema.

Hace un mes, el semanario El Temps publicó una entrevista con Ricard Gomà y Xavier Domènech, en la cual el segundo afirmaba que “nosotros somos negadores de esta patria noucentista y queremos ser constructores de otra patria”. Según el ­jefe de filas en Madrid de En Comú Podem, “defendemos este catalanismo popular que no se plantea la construcción del catalanismo o de la nación catalana en términos de incorporación a una patria imaginada por el noucentisme”. ¿Hablaba de otro modelo de país? Los estrategas de los comunes creen que insistir en algunas tesis de los años setenta los ayudará a ganar en la pugna electoral. Más allá y más acá de estas consignas, está la realidad de los hechos documentados: el conservador Prat de la Riba pidió y tuvo la colaboración de varios intelectuales, políticos y técnicos de izquierdas, como Rafael Cam­palans, Cebrià de Montoliu o Pompeu Fabra, entre otros. Asimismo, iniciativas como la Escola del Treball, el Secretariat de l’Aprenentatge i l’Institut d’Orientació Professional, el Museu Social, el Institut Barceloní de l’Habitació Popular o la Escola d’Infermeria indican el sentido transformador de una institución que con muy poco tiempo hizo mucho trabajo. Por lo tanto, la patria imaginada por el noucentisme fue un proyecto abierto a sensibilidades diversas, más transversal de lo que parece. Los comunes dicen querer otro modelo de país, pero quizás sólo quieren otro gobierno. Son metas legítimas, pero no pueden partir de diagnósticos erróneos.

Referirse a la Catalunya actual como “la patria noucentista” sugiere que no ha pasado nada entre 1923 y la actualidad, como si el largo franquismo no hubiera modificado el país. A pesar de su admiración por Prat de la Riba, el president Pujol no se limitó a actualizar el catalanismo de la Lliga en 1980, su ideario era hijo de la posguerra civil, no de la nostalgia por un momento de arranque. Si los comunes hablaran con los viejos del PSUC, se ahorrarían algunos disparates. Más noucentista fue, en muchos sentidos, la acción política de Pasqual Maragall como alcalde de Barcelona, con la idea-fuerza de una Catalunya ciudad que era plenamente consciente de su liderazgo y de su complejidad, y que tenía que actuar como el gran catalizador de una reformulación de identidades y proyectos: Mascarell podría dar muchos detalles de ello. Por eso Maragall es el último abogado de un verdadero federalismo hispánico (asimétrico) que, por la puerta de detrás, Colau pretende actualizar a hombros del soberanismo. El PSOE de hoy también es resultado de no haber escuchado a Maragall.

El modelo catalán de país tiene en el ascensor social uno de sus principales rasgos. La crisis económica de los últimos años ha estropeado este ascensor y, de rebote, ha introducido elementos perturbadores en un escenario de cohesión. Como en el resto de Europa, las clases medias se han empobrecido y los miedos han hecho acto de presencia. ¿Quiere decir eso que el modelo de país ya no sirve? Es un debate que habrá que hacer por encima y por debajo de la crisis de gobernabilidad en España, el bloqueo del proceso en Catalunya y la pérdida de confianza en toda Europa.

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