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Francesc-Marc Álvaro | Soria i el caos
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08 sep 2016 Soria i el caos

Lo que ha pasado con el nombramiento fallido del exministro Soria como director ejecutivo del Banco Mundial es –me parece– mucho más que un síntoma espectacular de la descomposición política que afecta al Gobierno Rajoy, al PP y a unos determinados círculos de poder. Ante la peripecia –repleta de engaños y simulacros– he pensado en las palabras de Pablo Iglesias después de escuchar el reciente discurso de investidura del dirigente conservador: Rajoy no es ninguna alternativa al caos reinante, él es también el caos; el podemita se inspiró en un famoso chiste de la desaparecida revista Hermano Lobo y, en este caso, no exageraba: el campeón del inmovilismo, el virtuoso del quietismo, el táctico afortunado del saber esperar se ve desbordado, finalmente, por un movimiento que pone al descubierto su enorme fragilidad y que enseña que –como en el cuento– el emperador no sólo va desnudo sino que muchos de sus cortesanos ya no soportan repetir la mentira.

Muchas personas de buena fe –un servidor entre ellas– esperaban que las maniobras heterodoxas del ministro del Interior pasaran factura a Rajoy. Sin embargo –¡oh, sorpresa!– es José Manuel Soria quien tiene el honor de encarnar el papel del personaje que –al caer– consigue cambiar una historia casi petrificada. Que el caído/fusible sea un exministro que se parece mucho a ­Aznar (sin bigote) no deja de ser una de aquellas ironías sensacionales que nos regala la realidad, imitadora de las fábulas más brillantes.

La mezcla de inconsciencia, sensación de impunidad, grosería y menosprecio a la verdad que rodea el intento de pagar los servicios prestados a Soria de una manera tan generosa no es nueva. Sí lo es la reacción dentro y fuera del PP, que parece haber dejado a Rajoy en una especie de KO momentáneo. ¿Qué se esperaba? Incluso para muchos dirigentes populares, la movida de Soria ha sido demasiado dura y vergonzante. Obviamente, este –digamos– sentido de la decencia podría haber salido antes. ¿Por qué no cuando Bárcenas? ¿Por qué no cuando Barberá? ¿Por qué no cuando Francisco Granados? Hipótesis plausible: porque en la voluntad de encaramar a Soria hay algo que está más allá y más acá de la pura corrupción, algo que tiene que ver con la pérdida de control. Sin control es sólo cuestión de tiempo que la desgracia haga aparición, un escenario que afectaría a mucha gente que ha conseguido –hasta hoy– surfear un mar encrespado. Tampoco me parece un detalle menor que el gran argumento para poner a Soria en el Banco Mundial fuera repetir con énfasis que el canario es funcionario, una defensa que dice mucho de la idea profunda que tienen los populares sobre la administración, la política y el mérito; tiempo tendremos para hablar –otro día– del liberalismo ausente –político, cultural– de los que cortan el bacalao en Madrid. Y, antes de que alguien desenfunde, aviso: en Catalunya tampoco vamos muy sobrados de verdadera mirada liberal sobre el poder, factor que –repito–es mucho más que discutir (de manera repetitiva) sobre el grado de intervencionismo de los gobiernos en la economía.

La otra cara de la moneda del control es el caos, lógicamente. El resbalón de Rajoy con Soria ha sido como encender la luz en una habitación a oscuras. Dicho esto, sería interesante saber hasta qué punto los profesionales del Estado –alta burocracia– y las élites que viven a su abrigo han empezado a darse cuenta de que la pieza que utilizaban para contener los cambios no funciona. La actitud de Rajoy ha sido siempre mejorada por la comparación con la actitud de sus competidores directos, lo cual ha alimentado el mito de una habilidad táctica que no quiero negar pero que me parece excesivamente magnificada.

El caos parece haber llegado allí donde todo lo tenían controlado. ¿Cómo afectará eso en los próximos meses? ¿Veremos más señales caóticas en las campañas de las gallegas y vascas? ¿Veremos caos en la respuesta del Gobierno en funciones a los movimientos del independentismo? La política sin política en la que se ha instalado Rajoy sólo funciona si eres capaz de tenerlo todo bien atado y crear la apariencia de una solidez que te permite marcar el tempo. La política vacía intoxicada por el descontrol sería otra cosa: mímica incomprensible ejecutada sin ton ni son. Mientras Aznar conseguía movilizar a sus votantes a partir de una sobrecarga ideológica que imitaba las formas de combatir de las izquierdas, Rajoy –como ya tenemos explicado– necesita crear un gran agujero negro en el centro del hecho político para provocar la abstención del campo adversario. Eso costará de hacer si el caos crece en torno al líder popular, porque entonces el agujero negro puede engullirlo a él muy fácilmente. La comedia de Soria ha hecho notar el abismo que surge cuando el exceso de confianza es superior al cálculo de riesgos. Y al sentido común.

Nunca, hasta ahora, desde 1975, la política en España había sido tan apasionante y tan antipolítica a la vez. Nunca, desde la transición, una figura tan átona como Rajoy había conseguido que el resto baile a su alrededor.

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