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Francesc-Marc Álvaro | Una esquerra nova?
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03 nov 2016 Una esquerra nova?

Hay quien piensa que las relaciones entre el PSC y el PSOE se arreglarán, tarde o temprano, porque ambas organizaciones se necesitan (siempre y cuando los enemigos de Sánchez no pretendan la jugada de excluir a los rebeldes periféricos para rematarlo fácilmente en las primarias). Hay quien piensa, en cambio, que el paso que han dado los socialistas catalanes ante la investidura de Rajoy modificará –quiérase o no– el pacto de 1978 entre González y los dirigentes de aquí. Más allá de los pronósticos, lo que tenemos delante es una decisión de la dirección del PSC que confirma el carácter diferente del sistema catalán, la nación política para decirlo claramente. Una decisión que no debería ser despreciada por nadie, sobre todo por los partidos independentistas, en la medida en que la actitud del PSC refuerza y amplía el rechazo de la sociedad catalana a un Rajoy que se ha significado por no querer escuchar ni comprender lo que pide un 80 por ciento de la población, esto es un referéndum pactado y vinculante, al estilo británico.

El PSC no se ha convertido al independentismo. Pero el PSC que dice no a Rajoy está más cerca del derecho a decidir que el PSC que abonaba –hace pocos meses– un acuerdo entre el PSOE y C’s para gobernar España. La abstención del socialismo español empuja el socialismo catalán a un terreno donde ahora están Podemos, los comunes y Colau, el conglomerado emergente que –precisamente– va comiendo terreno y electorado que había sido fiel al PSC, un fenómeno especialmente observable en Barcelona. Los independentistas deberían celebrar que la franja imprescindible del derecho a decidir tenga ahora posibilidad de crecer y generar nuevas complicidades. Llevamos meses viendo que ciertos entornos del proceso viven obsesionados (hasta extremos ridículos) en seducir a los comunes y –paradójicamente– cuando los socialistas catalanes actúan de manera soberana, asumiendo una serie de riesgos, parece que eso no tenga valor alguno. Un poco más de congruencia y un poco más de punta fina en ciertos discursos iría bien entre los que enseñan más la estelada. El adjetivo histórico no es inadecuado para calificar el gesto de los diputados del PSC en Madrid, una calidad no exenta de ironías si tenemos en cuenta –por ejemplo– que alguno de ellos se ha especializado en demonizar el proceso y sus políticos con escritos llenos de tópicos apolillados sobre el nacionalismo.

A buenas horas mangas verdes. Sánchez ha descubierto finalmente que Catalunya es una nación, antes decía que los catalanes “tenemos singularidades”, expresión indolora que conecta con el léxico franquista del “sano regionalismo”. Seamos positivos y celebremos que la misma costra que impide que los catalanes votemos como los escoceses abre los ojos al antagonista de Susana Díaz. Quizás peco de optimismo; hace cuatro días –como ya he dicho– este personaje aceptaba el jacobinismo low cost de Rivera. Pero no quiero ser pesimista. El pesimismo siempre luce más en los diarios, aunque, en España, el comportamiento fatalista acaba sirviendo también para confundir la cornucopia de la abuela con un estadista. ¿Se puede ver algo cuando las aguas bajan turbias? Quizás Iceta sólo hace táctica y, entonces, todo lo que ahora me parece trascendente es sólo un espejismo. El tiempo lo dirá. La política no es sólo un relato, aunque sin relato cuesta hacer política; la política es la acción que genera realidad, a veces con consecuencias imprevistas también para los que son actores de un determinado episodio. Me apuesto lo que ustedes quieran a que Iceta, esta vez, no sabe cómo acabará la partida. No lo sabe nadie, y esta es la gracia de este instante de recomposición de fuerzas. No es todavía un momento de repensamiento de ideas, que es lo que fundamenta toda empresa política que no sea simple arquitec­tura efímera. Hace falta alguna ruptura más para que las ideas abandonen las cápsulas blindadas recibidas en herencia.

Si yo fuera Puigdemont y Junqueras, trataría de reconectar con el PSC para sacar adelante algunas políticas y explorar algo más. El socialismo catalán lleva el ADN de la gobernabilidad y este me parece un activo que hay que poner sobre la mesa. Ya sé que la hoja de ruta de Junts pel Sí es indigerible para el equipo de Iceta, pero eso es tan cierto como que los socialistas han aceptado gobernar con Colau en Barcelona, con los convergentes en muchas capitales de comarca, y con los republicanos en varias localidades. En Tarragona y Lleida, en cambio, los respectivos alcaldes han seguido otro esquema de alianzas, dos excepciones que confirman la regla.

La hipótesis es que –con la ayuda de los barones del PSOE más centralistas– el mundo del PSC y el de los comunes con Colau acaben confluyendo y, tal vez, cuajando en una única oferta electoral. Sólo una hipótesis, porque las tradiciones son muy distintas. Por otra parte, los tics populistas de unos no casan mucho con el reformismo adaptable de los otros. Dicho esto, la pregunta es obligada: ¿un proyecto de este estilo podría todavía fundamentarse en el mito noucentista de cambiar lo que no quiere ser cambiado?

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