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Francesc-Marc Álvaro | Postcontistes i postveritat
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05 dic 2016 Postcontistes i postveritat

La cosa es más vieja que el ir a pie, aunque el Diccionario Oxford haya certificado el neologismo que algunos utilizan para envolverla. Cada generación piensa que reinventa el mundo y etiquetarlo es una forma barata de hacerlo. Que los hechos comprobados pueden influir menos en el criterio de las personas que las emociones, los prejuicios y las impresiones es un asunto que ya ocupó a Platón, que parió el mito de la caverna para explicarlo. El uso de varias tecnologías para vehicular mensajes que evitan la verdad y que explotan lo irracional no añade nada original. Las redes sociales permiten un cambio de escala brutal en la difusión de mentiras, pero no modifican su naturaleza, tan tóxica y peligrosa antes como ahora. El éxito de Trump, la victoria del Brexit o la normalidad de la catalanofobia en España no responden a nada nuevo.

Más que la posverdad, lo que ahora interesa es la posfábula. El posrelato es una historia que no tiene base cierta pero que se va repitiendo, es un cuento que sólo tiene validez porque se hace un uso instrumental del mismo, destinado a descolocar al adversario y a crear un marco mental favorable a los intereses del emisor. El Gobierno Rajoy difunde el cuento del diálogo para poder decir que el Govern Puigdemont está incómodo, la narración es como las croquetas de pollo sin pollo. Los posnarradores del PP van más allá y sueltan eventuales gestos en favor de la lengua catalana dentro de una supuesta futura reforma constitucional, que –como ayer escribía Enric Juliana– “es hoy una mera hipótesis”. Además, como sabe cualquier catalanista (independentista o no), tocar el texto de 1978 tiene trampa: los catalanes somos una minoría estructural dentro del Estado, de manera tal que no tenemos la posibilidad de alterar la correlación de fuerzas necesaria en el Congreso para introducir una versión constitucional alternativa a la de los grandes partidos. No hay escalera para saltar la pared constitucional. Por eso, cuando alguien dice que el soberanismo debe esperar a poder cambiar la Constitución, está ofreciéndonos la resignación. Valga como ejemplo de lo que nos espera la última presión del PSOE sobre el PSC: Ferraz quiere que los socialistas catalanes dejen de considerar Catalunya como nación. Reforma de cangrejos.

La posfábula es eso: vender una supuesta vía que no daría solución real a un problema político de gran envergadura. Es el cuento de nunca acabar. La estrategia no es muy sofisticada: ganar tiempo para ver si el independentismo disminuye, pensando que las causas endógenas ayudarán a ello. Los estrategas de Madrid saben que la CUP introduce turbulencias constantes, que las relaciones entre convergentes y republicanos no son fáciles, y que el PDECat tiene un nacimiento complicado. Pero estos poscuentistas no tienen credibilidad alguna: son los mismos que pedían firmas contra el nuevo Estatut.

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