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Francesc-Marc Álvaro | La pinça i l’estil
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15 dic 2016 La pinça i l’estil

Una pinza atenaza al Govern. Por una parte, está la operación Diálogo promovida por Rajoy y ejecutada por la vicepresidenta Santamaría; por otra, está la gesticulación de la CUP, que alterna la (supuesta) colaboración con Junts pel Sí con constantes ataques al Ejecutivo presidido por Puigdemont, caso de las recientes demandas de dimisión del conseller del Interior. Esta pinza impide que Junts pel Sí difunda su discurso, porque debe dedicar todos los esfuerzos a contrarrestar los mensajes de dos extremos que –paradójicamente– son minoritarios en la sociedad catalana: la derecha centralista y el independentismo anticapitalista. La tarea de los que gobiernan hoy Catalunya queda desdibujada por la necesidad de desmentir la fábula mediática del diálogo y por la necesidad de mantener el acuerdo con unos socios dedicados siempre a aparecer como campeones de una desobediencia pueril, más ritual que real.

Todo esto sucede en un momento delicado. Los presupuestos del Govern de Junts pel Sí están en manos de la CUP. A la luz de los últimos acontecimientos, no parece que los cuperos tengan mucho interés en aprobarlos, pero el suspense forma parte de sus asambleas. Vale la pena recordar que, en caso de que las cuentas elaboradas por Junqueras no consigan apoyo, la legislatura se acabará –el president Puigdemont lo ha dejado muy claro– e iremos a unas elecciones “autonómicas” (ni plebiscitarias ni constituyentes) a las cuales ya no se presentará Junts pel Sí porque la coalición habrá dejado de existir. Entonces, el independentismo –más dividido que nunca– deberá competir contra los comunes, que aspiran (impulsados por Colau) a ser primera fuerza también en unos comicios catalanes. Las encuestas –las publicadas y las que no– indican que los comunes y ERC van por delante, mientras la CUP recularía y el PDECat experimentaría una fuerte caída, sobre todo sin Puigdemont de candidato. Por otra parte, si la CUP no vota los presupuestos, no habrá referéndum y quedaría probado que el paso al lado de Mas fue un gesto inútil, que sólo sirvió para poner una mayoría en manos de una minoría antipolítica y sin ningún sentido de Estado.

El agitprop que la CUP practica quemando y rompiendo fotos del Rey no ayuda a hacer avanzar la causa de la independencia porque distrae de lo prioritario que es el referéndum, porque transmite un estilo que no tiene nada que ver con los esfuerzos diplomáticos del Govern, y porque –de rebote– muestra que ERC hace el ejercicio imposible de ser a la vez un partido de orden y un partido que se manifiesta con los que tildan al conseller Jané de “botifler”. El vicepresident Junqueras se dejó fotografiar al lado del president y del titular del Interior para ofrecer una imagen de unidad, pero los silencios republicanos al respecto son elocuentes. Según la teoría más básica, las decisiones de un gobierno siempre son colegiadas, por lo tanto lo que hacen los Mossos no es un capricho de un conseller convergente; incluso en un contexto rupturista hay que seguir una jerarquía y unas reglas de juego para evitar el caos. Y hay que saber controlar los tiempos con visión de conjunto.

Siempre vamos a parar al mismo punto. Junts pel Sí necesita a la CUP, pero la CUP no responde a ninguna lógica que no sea la propia, que es reforzarse con la movilización en la calle y los discursos de choque frontal. Este es su terreno y en eso se da buena mano. Ni hacer el referéndum ni ampliar la mayoría social para ganarlo son prioridades de los cuperos, que desprecian el valor histórico que tiene que las clases medias moderadas hayan abrazado el objetivo de una Catalunya independiente, un país que –por cierto– la mayoría que se manifiesta cada Diada quiere que se parezca a Dinamarca, no a Cuba. Las palabras de Anna Gabriel sobre los Mossos y ciertas pintadas de tono amenazador contra Jané y Marta Pascal no hacen más que intoxicar el ambiente, causar desánimo en las bases del soberanismo y provocar autogoles. Es innegable que el concepto de libertad de expresión en el Estado español está lejos, por ejemplo, de lo que encontramos en Estados Unidos, donde quemar la bandera nacional no es delito, somos una democracia con tics autoritarios. ¿Por qué la CUP habla, en cambio, más de la policía autonómica que de la justicia española? ¿A quién favorece esta polémica?

Si el Govern de Junts pel Sí permite que los cuperos marquen los ritmos y los es­tilos, una meta que es complicada se convertirá en absolutamente irrealizable. No basta con repetir que las cosas se harán bien, hay que poner fin a ciertas actitudes autodestructivas. Alguien me puede replicar que los votos dieron la llave del proceso a una minoría dogmática, y que no hay otra opción que convivir con ella. La “cadena de confianzas” que pidió Puigdemont partía de la convicción –supongo– de que los cuperos agotaron su derecho de veto cuando se cobraron la cabeza de Mas. Este observador es menos optimista que el president: el verdadero procesismo, el que pone más palos en las ruedas, es el de los que juegan cada día a asaltar el palacio de Invierno.

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