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Francesc-Marc Álvaro | La Marató i la política
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16 dic 2016 La Marató i la política

Somos solidarios, parece. Los catalanes somos solidarios, cuando menos una vez al año. Este domingo, TV3 organiza una vez más La Marató, que en esta edición cumple veinticinco años y que ha alcanzado un éxito extraordinario, todavía nunca igualado por ninguna iniciativa parecida en otras televisiones de España. La Marató es de esas cosas que hacen que los catalanes nos gustemos cuando nos miramos en el espejo, una dosis extra de autoestima y moral colectiva. Como no nos sobran motivos de confianza, La Marató es una buena noticia que invita a pensar que, a pesar de tantas mezquindades, un pueblo puede ennoblecerse durante unas horas. El lunes volveremos a ser gente normal y corriente, rodeada de miserias, pero el domingo nos vestiremos de pequeños héroes anónimos, un ejercicio que será útil para ayudar a los conciudadanos que más sufren. Ahora bien, esta ceremonia de la solidaridad provoca preguntas. Una persona que quiero me pregunta esto: “¿Por qué no puede trasladarse el espíritu de La Marató a la política del país?”. Me deja en fuera de juego.

Podría dar una respuesta técnica y explicar que la política es conflicto, confrontación de intereses y valores opuestos, una lucha por el poder más o menos revestida por la búsqueda del bien común. Pero todo eso no responde, me parece, la cuestión. El consenso unánime –insólito– que rodea La Marató parte de la unidad contra la enfermedad y el dolor, parte de la necesidad de plantar cara al sufrimiento y a la muerte antes de tiempo. En La Marató, el mal está bien identificado y los buenos son muy buenos: los científicos que investigan para que tengamos una vida mejor y más autónoma. En el relato de La Marató, la libertad es igual a menos dolor y menos enfermedad, el argumento es muy claro, como el de esas historietas que leíamos de niños. La Marató es un combate épico contra Fu Manchú.

En la política –la de Catalunya o la de Syldavia–, los consensos son escasos y difíciles porque cada parte se ve como los buenos. Y el mal no siempre está bien identificado, basta con pensar en los que todavía hoy homenajean a Franco o en los que dis­culpan la dictadura de Fidel Castro. En La Marató, el gesto político y el compromiso moral van de la mano, mientras que en la política siempre hay que elegir el mal menor. Quizás por eso los catalanes somos mejores haciendo programas solidarios de tele que programas políticos. Gaziel escribió, en Quina mena de gent som, que Catalunya “es un mal jugador”, alguien “que muestra espadas cuando debería lanzar oros, y envida cuando hay que pasar, y no da ni una”. Dado que yo –a diferencia de Gaziel– no creo en la psicología de los pueblos, pienso que no hay que ser determinista. En política, la primera obligación siempre es –como dicen los admirables médicos de La Marató– no errar el diag­nós­tico.

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