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Francesc-Marc Álvaro | El bosc dels populismes
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05 ene 2017 El bosc dels populismes

Hay populistas que no esconden que lo son y que, además, reivindican este término para definirse y explicarse. Eso significa que el término populista ha pasado de tener una connotación exclusivamente negativa a tenerla también positiva, en determinados ambientes y en función de quién es el actor que haga bandera de ello. En España, Podemos y sus dirigentes han divulgado esta versión buena del populismo, a partir de una particular adaptación de conceptos y referentes latinoamericanos, en un juego de manos en que el concepto en cuestión ocupa el lugar que antes ocupaban palabras como socialismo o patriotismo. Más allá y más acá, ocurre con el populismo algo que hemos visto antes con otros conceptos: lo utilizamos de una manera tan inexacta y abusiva que quizás lo gastaremos y, al final, no servirá para describir nada.

En Europa, hay populismos que avanzan desde la ultraderecha y populismos que avanzan desde la extrema izquierda. Son diferentes, pero están vinculados por tres fobias compartidas: la fobia a la UE, la fobia a la globalización y la fobia al campo de juego pluralista que permite hablar de todo (incluso de hacer tortillas rompiendo huevos). Después, cada populismo tiene su agenda. Por ejemplo, el populismo ultra tiende a ser xenófobo mientras que el populismo poscomunista tiende a propugnar un multiculturalismo ingenuo. Ambos son antiliberales (en sentido político y de actitud, no sólo económico), organicistas, antinorteamericanos y también acostumbran a ser antisemitas. Ambos intentan superar los marcos clásicos izquierda-derecha, a partir de categorías como “los de abajo y los de arriba”. Por cierto, y como ya apuntó el profesor Nick Pearce en el Financial Times, ni el independentismo catalán ni el escocés pueden ser puestos en la bolsa de los populismos europeos, como pretenden algunos. El movimiento independentista de Catalu­nya es profundamente europeísta, partidario de una sociedad abierta y contrario a hacer un país aislado; sólo la minoría cupera presenta algunas características típicas de los populismos de extrema izquierda. Pearce subraya que los casos catalán y escocés son nacionalismos cívicos que responden a la mejor tradición emancipadora del liberalismo europeo, y los contrapone a los nacionalismos conservadores autoritarios y antiliberales que gobiernan varios estados, sobre todo en el este de Europa.

Saber qué es y qué no es populismo se está convirtiendo en un trabajo muy complicado, que no puede desligarse de los debates para ganar elecciones, afirmar lealtades y crear hegemonías más o menos visibles. Sobre todo porque, a fuerza de rutina y repetición, los populistas fijan marcos mentales que pueden romper y/o desplazar consensos, incluso en asuntos que parecen muy asentados. Quizás la principal virtud narrativa de esta nueva ola populista es la de convertir la demagogia hiperbólica en un discurso homologado que aparece ante el público como lo que no es, aunque no esconde su naturaleza. El populista del presente hace la misma demagogia que el del pasado, pero hoy dispone de muchos más canales que antaño, y la saturación resultante produce un efecto de normalidad que, de hecho, descoloca a los adversarios y puede neutralizar los discursos de aquellos que encarnan una política más convencional. Si analizamos cómo ganó Trump las primarias del Partido Republicano antes de batallar contra Hillary Clinton, nos daremos cuenta de este fenómeno y del cambio de escala que vivimos.

La capacidad de los populistas con las redes sociales, las pantallas y la fabricación intensa –imparable– de frames que los refuerzan indica que son los que han entendido mejor cómo funcionan las guerras de opinión pública. En 1919, Max Weber escribió que “la demagogia moderna se sirve también del discurso, pero aunque utiliza el discurso en cantidades aterradoras (basta pensar en la cantidad de discursos electorales que ha de pronunciar cualquier candidato moderno), su instru­mento permanente es la palabra impresa”. ¿Qué diría Weber de los tuits incesantes que influyen ahora en cualquier discusión política? El célebre sociólogo consideraba que “el publicista político, y sobre todo el periodista, son los representantes más notables de la figura del demagogo en la actualidad”; no existía todavía la profesión de community manager. Weber –que también era hombre de prensa– añadió que “el sentido de la responsabilidad del periodista honrado en nada le cede al de cualquier otro intelectual”.

No se puede disociar el éxito de los populismos políticos del nuevo escenario donde nace, se desarrolla y se transforma el tipo particular de poder que llamamos influencia. La demagogia se camufla mejor en un medio ambiente más poblado de mensajes y más horizontal, porque el ruido difumina el contraste entre discursos fundamentados y discursos insolventes, entre ideas elaboradas y ocurrencias destinadas a complacer al público. Ni se puede disociar de las poco o muy sutiles formas de populismo social y cultural –hablaremos a fondo de ellas otro día– que vamos adoptando sin darnos cuenta.

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