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Francesc-Marc Álvaro | L’any de Puigdemont
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09 ene 2017 L’any de Puigdemont

El tiempo de la política pasa rápido y lento a la vez. El jueves hará un año que Puigdemont tomó posesión como presidente de la Generalitat, después de que Mas intentara ser investido con los imprescindibles votos de la CUP. La elección inesperada de Puigdemont fue el último conejo que salió de la chistera de Mas para mantener en marcha la bicicleta del proceso, frenado de manera más diabólica desde dentro del bloque independentista que desde fuera. El precio fue la retirada del hombre que encarna la soberanización del nacionalismo moderado. El mismo hombre que será juzgado por haber impulsado una consulta que es –por ahora– el único momento de plena soberanía en todo este viaje.

La entrada en escena de Puigdemont –y lo confirma la encuesta publicada ayer aquí– muestra una contradicción nada anecdótica: las bases independentistas repiten que la gran fortaleza de este movimiento es haber convencido a muchos catalanes que nunca habían pensado en la secesión (como el converso Mas), pero entusiasma que el actual president sea “un independentista de toda la vida”. ¿En qué quedamos? La retirada de Mas fue un episodio lamentable –inédito en Europa– de cesión al veto sectario de una minoría sin ningún sentido de Estado, que tuvo un efecto muy negativo en la credibilidad del proceso.

Aquel paso al lado de Mas permitía –sobre el papel– tres cosas a la vez: continuar con una hoja de ruta pensada antes del 27-S (pero para ser aplicada con una mayoría más holgada y estable); evitar que Mas fuera acusado de ser el culpable de cargarse el proceso; y dar tiempo a una CDC declinante para refundarse antes de unas nuevas elecciones; el gran error del líder convergente fue pensar que hay billete de vuelta. Por otra parte, el estilo de Puigdemont –más fresco y próximo– generó alegría en el mundo independentista, después de tres meses de depresión, causada por la negociación delirante entre Junts pel Sí y la CUP. La posterior moción de confianza dio autoridad al nuevo president.

El año de Puigdemont ha evitado el colapso interno del proceso, amenazado por cuatro factores: la falta de votos de Junts pel Sí (que consiguió un gran resultado pero insuficiente); la llave de la mayoría en manos de los cuperos; la competencia (revestida de desconfianza) entre convergentes y republicanos; y la negativa de Mas y Junqueras a aceptar con realismo que los resultados del 27-S obligaban a repensar plazos, ritmos y estrategias para conseguir la independencia. Dado que Puigdemont se ha puesto fecha de caducidad y que el referéndum parece imposible, quien tendrá que reescribir el proceso será Junqueras, al que todas las encuestas dan el primer lugar en unas catalanas. Como el vicepresident es también “un independentista de toda la vida”, lo tendrá muy fácil para pedir más tiempo, más paciencia y más votos a la buena gente que dice “tenim pressa”.

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