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Francesc-Marc Álvaro | Mercès als comediants
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13 ene 2017 Mercès als comediants

Mis padres me acostumbraron a ver teatro y es un vicio que mantengo. El teatro sobrevive a la omnipresencia de las pantallas y eso no deja de ser extraño y quizás milagroso. Para ir al teatro hay que hacer cosas que hoy empiezan a ser anacrónicas y un poco resistenciales. En primer lugar, el teatro pide desconexión para poder entrar, poco a poco, en el artificio que se nos ofrece desde el escenario. En segundo lugar, el teatro exige una forma de atención que tiene poco que ver con la que hoy utilizamos para ver películas y series, que son las ficciones de consumo más populares. Y, en tercer lugar, el teatro reclama del espectador una forma de curiosidad muy especial: la del testigo; el público se convierte siempre en testigo necesario de una experiencia original y única (llena de cambios y detalles imprevistos en cada función), similar sólo a la del público de la música en directo. Estos son atributos que confirman el teatro como un arte en colisión inevitable con la nueva mentalidad que reconfiguran las pantallas y las redes sociales.

Pensaba en todo eso el otro día, a la salida de La taverna dels bufons, en el Romea, una obra que Martí Torras Mayneris y Denise Duncan han escrito a partir de fragmentos bien escogidos de Shakespeare, en traducción del prestigioso Joan Sellent. Esta propuesta es un homenaje al oficio de la gente de teatro, la tropa –muchas veces anónima– que hace posible que el arte llegue al público con eficacia. ¿Qué significa ser eficaz, en teatro? Emocionar y convertir una mentira en una verdad. La imaginación de Shakespeare no habría trascendido sin el talento y el oficio de los actores que, ayer y hoy, dan vida a sus personajes. Joan Pera y Carles Canut ofrecen un recital espléndido –bien acompañados por Dafnis Balduz– que subraya la grandeza y las debilidades de los que ponen la voz y el gesto al servicio de palabras que son una vida otra, una vida hipotética, una vida posible. Pera y Canut –o William Kempe y Robert Armin– son los cómicos canallas que nos recuerdan que la ilusión dramática se fabrica también con las partículas más íntimas (auténticas, intransferibles, frágiles) de mujeres y hombres dispuestos a hacernos creer que el fingimiento es real y la realidad es sueño. Shakespeare tenía el universo entero en la cabeza, pero los actores son las estrellas que nos dicen las rutas por donde ir pasando. Sin ellos, el juego no sería posible. Con este ejercicio metateatral, la pareja de cómicos nos invita a dar las gracias a centenares de actores y actrices que multiplican nuestras vidas y nos hacen felices.

Cuando Pera y Canut, al final del espectáculo, sobresalen encadenando breves monólogos, la piel muerta de los actores se pone al servicio de una forma sublime de verdad y de belleza, que nos obliga a ser dignos de llamarnos humanos.

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