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Francesc-Marc Álvaro | Dissonàncies narratives
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13 feb 2017 Dissonàncies narratives

El juicio del 9-N ha servido para que los poderes del Estado exploren los límites en el uso de la fuerza contra el independentismo. Guerra sucia aparte, lo que hemos visto en el TSJC es la primera batalla oficial que enfrenta –de manera desigual y asimétrica– un movimiento democrático a una maquinaria estatal acostumbrada a luchar contra el terrorismo, pero no contra un fenómeno pacífico. Que el fiscal reivindicara su independencia lo dice todo. Este juicio pone a prueba las reglas de juego que se derivan de la Constitución de 1978 y plantea un problema al relato oficial de Madrid, según el cual “sólo lo legal es democrático”, falacia desmentida por la historia que convierte el pleito catalán en una aporía.

Mientras, para el independentismo, el juicio del 9-N es lo que se denomina un win-win: si Mas, Ortega y Rigau son condenados, eso movilizará todavía más a los partidarios del Estado catalán, y servirá para mostrar una administración que responde con el palo a una demanda política; si los tres procesados son absueltos, se remarcará que poner las urnas no es delito y que Madrid ha fracasado en su línea de persecución. Ahora bien, los inhabiliten o no, este juicio también debe leerse como un aviso al Govern Puigdemont de cara a un referéndum que –esta vez sí– se pretende vinculante.

Pero el independentismo también ha mostrado estos días un problema con respecto a la coherencia de su relato: mientras todos los detalles de la manifestación del primer día sugerían que los procesados optarían por una defensa política y frontal, la realidad es que Mas, Ortega y Rigau han explotado de manera hábil los caminos técnicos y administrativos para conseguir la absolución a partir de una situación de alegalidad. No estoy diciendo que no sea comprensible la estrategia elegida por sus defensores. Lo que llama la atención es la disonancia entre los subrayados épicos (a veces excesivos) de la representación en la calle y la defensa de los procesados. No estoy exigiendo que el expresident y las dos exconselleres se inculparan, sólo me pregunto si es políticamente inteligente mantener dos registros narrativos tan diferentes. Hacer una defensa de principios no debería implicar reconocer ningún delito, al contrario. Ante estas dudas, la respuesta automática es recordar que Mas no renuncia a tener un papel destacado, intención que quedaría bloqueada con la inhabilitación. Todo hace pensar que Homs, ante el Supremo, se defenderá de otra manera.

El contundente discurso de Puigdemont el miércoles en el Parlament pretendía –entre otras cosas– zurcir el agujero de sentido creado por la disonancia narrativa entre la épica en el exterior del TSJC y las sutilidades procesales ante el fiscal y el juez. Puigdemont dio al público de la estelada el discurso que quizás muchos –no sólo los cuperos– habrían querido que saliera de la boca de Mas.

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