17 feb 2017 Compro, ergo xerro
Ahora haré un pronóstico y, si me dedicara a cazador de tendencias, quizás lo petaría: dentro de pocos años, Amazon y otras compañías nos ofrecerán la posibilidad de disponer de una persona o un robot (será opcional) para mantener una conversación a tiempo convenido. Cuidado, quizás resulta que eso ya existe y lo que digo ya funciona en Nueva York, Tokio o Dubái; en ese caso, perdónenme. Sea como fuere, de algo estoy seguro: alguien empaquetará el producto “conversación cara a cara” y lo venderá como la gran novedad a esa parte importante de población que no sabe o no recuerda que hay otras maneras de hablar que no pasan por WhatsApp, Facebook y las redes. Las posibilidades de negocio con cualquier sopa de ajo bien publicitada son infinitas y prometen un futuro de ricos emprendedores a los que bastará poner logística y diseño al mundo de la abuela.
Quizás me estoy rayando. La culpa es del propietario de una mercería de Olot que, después de 192 años, cerrará en marzo. Carles Tenas, el dueño de este establecimiento, ha dicho esto: “Echaremos de menos el negocio, pero también echaremos mucho de menos a la gente que venía a pasar el rato, charlábamos y bromeábamos las horas que hicieran falta. Mucha gente sabía que podía venir, sentarse, comentar la jugada y pasarlo bien”. Se lo explica a Pau Masó, que ha entrevistado al matrimonio que lleva esta tienda para Nació Digital.
Los supermercados y todo lo que de ellos se deriva fueron pensados, precisamente, para no tener que hablar con nadie; de ahí proviene que muchas personas –presuntamente humanas– no dirijan ni una palabra al cajero o cajera (cuando estos no han sido sustituidos por máquinas) que cobra. Mi amigo Albert es capaz de hacer la compra semanal en menos de quince minutos, le llaman el Fittipaldi del Mercadona. No seamos apocalípticos: al lado de eso, hay libreros, charcuteros, zapateros o vendedores de vinos que captan público de otro modo: “Nosotros conocemos a cada cliente, damos un servicio personalizado”. Un discurso retronuevo que quiere conectar con la magia original perdida.
Carles Tenas y Paquita Martí añorarán la conversación con la clientela. Y algunos de sus clientes, a su vez, echarán de menos poder entrar en una tienda donde el acto de comprar es –sobre todo– un acto de comunicación. No hace falta ser fan de lo vintage para saber que, sin esta conversación, comprar es sólo un trámite, aburrido y pesado. De acuerdo: todo el mundo va de cabeza, todo el mundo vive aceleradamente. Pero no seamos tontos: cuando dispones de un rato –sin obligaciones ni pantallas– vale la pena ir a charlar allí donde sabes que, además, te darán cosas buenas a cambio de un dinero. A eso, ahora, lo llaman comercio de proximidad, de kilómetro cero u otras sandeces. Yo lo llamo –si no les sabe mal– vivir.