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Francesc-Marc Álvaro | Unió i els espais
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27 mar 2017 Unió i els espais

Los partidos nacen y mueren, son los espacios políticos lo que interesa de veras. Ahora desaparece definitivamente Unió Democràtica, como en su día –por ejemplo– desapareció el PSUC. Es normal que los dirigentes, los militantes y los simpatizantes sientan tristeza cuando hay que enterrar las siglas que han defendido, pero no hay que confundir nunca los instrumentos con los objetivos. Todos los partidos son instrumentos, organizaciones que pretenden representar sensibilidades, valores e intereses, con la finalidad de gobernar, legislar e influir. Si no son útiles para articular espacios socioelectorales, no ­tienen razón de ser.

La Unió de la etapa republicana fue un admirable partido contracorriente que se adelantó a su época, era un vehículo minoritario que prefiguraba la moderna democracia cristiana que sería clave en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial. No encajaba en un mundo dominado por los totalitarismos y la violencia. Su reformismo social era mal visto por los revolucionarios y por los reaccionarios. Unos odiaban su ideario socialcristiano y otros odiaban su catalanismo y su fidelidad a la República. Carrasco i Formiguera, su líder, fue fusilado por orden de Franco.

Tras el franquismo, los democristianos eran una marca desconocida en las Españas. La coalición con CDC –después convertida en federación– hizo de Unió un partido satélite que no midió nunca –hasta el divorcio final– su peso en la sociedad. Beneficiada por el poder institucional de CiU, la organización de Duran Lleida ­actuó más como lobby que como grupo con vocación mayoritaria. Las pugnas entre los dos socios eran una gesticulación ritual mediante la cual Duran y los suyos mantenían unas cuotas que no se habían contrastado nunca con la realidad. Por otra parte, a Pujol ya le iba bien esta ­tensión crónica por aquello del “divide et impera”.

No existió nunca un espacio socio­electoral de Unió, existió sólo el espacio de CiU, que era la marca que se presentaba. A pesar de su homologación internacional, Unió no tenía bastante fuerza para buscar el voto en solitario. El nombramiento de Mas como sucesor de Pujol ­puso fin a las aspiraciones de Duran. Después, el impacto del proceso soberanista (más el desgaste de las siglas convencionales) hizo el resto.

Las urnas han dicho que el catalanismo autonomista de centroderecha no tiene espacio. Los democristianos que crearon el partido Demòcrates y los dirigentes del PDECat repiten que hay un espacio de centroderecha independentista que debe articularse, pero lo hacen por separado y sin creérselo. Los de Antoni Castellà van siempre de la mano de ERC y los de Marta Pascal están obsesionados con ser más socialdemócratas que nadie. ¿No habíamos quedado en que un país normal tiene derechas e izquierdas? ¿No habíamos quedado en que sin auténtico debate de ideas no hay política responsable?

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