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Francesc-Marc Álvaro | Pere Tàpias, allò altre
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28 abr 2017 Pere Tàpias, allò altre

Bajo la gorra, había un soli­tario y un gran –voraz– lector. Pere Tàpias nos dejó hace una semana y las ironías de la vida –que él tanto sabía explo­tar– hicieron que su obituario en La Vanguardia apareciera al lado del de José Utrera Molina, ministro en varios ­gobiernos de Franco, y ­suegro de Ruiz-Gallardón. Esta extraña coin­cidencia es digna de inspirar una canción al estilo satírico de las piezas del cantautor vilanovés, que empezó a pisar los escenarios cuando estaba vivo el dictador. Una canción incisiva y amable a la vez, que siempre sería más agradable de oír que el Cara al sol que se interpretó en el funeral de este falangista de larga carrera política.

El solitario de la gorra tenía muchos amigos. Dominaba el arte de la conversación. Era más reflexivo que arrauxat, a pesar de la postal del tipo que bromeaba de todo en torno a una mesa. En Vilanova i la Geltrú, sus ­coetáneos le llamaban por su nombre real: Joan. Detrás de Pere Tàpias estaba Joan Collell Xirau, el hijo de Margarida y Andreu, el chico nacido después de la Segunda Guerra Mundial, crecido –como tantos– a la sombra de la fábrica Pirelli, donde trabajaba su padre. La Pirelli, la globalización antes de la globalización, un pseudo­estado paternalista en una ciudad obrera que crecía sobre un pasado idealizado de barcas y huertos.

Quico Pi de la Serra dijo de su colega –hace muchos años– que era “un artista entroncado directamente con la tradición pitarresca”, una definición cierta pero incompleta. Porque Tàpias/Collell es también un producto indómito de las clases populares de posguerra, el resultado original de una catalanidad viva pero perseguida por el mundo oficial (el que controlaban los Utrera Molina), el hijo ilustre de una periferia que ahora no reivindica nadie, porque no tiene a su lado la potencia de la lengua española ni sirve para tranquilizar la conciencia de la izquierda pija.

Si Jaume Sisa encarna la Barcelona de barrio y la poética de los terrados reflejada en la cultura de masas, Tàpias sintetiza el costumbrismo de cercanías y la mentalidad carnavalesca, lo otro que los noucentistas rechazaban y que –más tarde– también molestaba al sueño olímpico de diseño.

Tàpias/Collell es el humor salvífico de los secundarios de la historia, el ingenio de los que llegan a la universidad sin ser de buena familia, la osadía de los que aspiran a construir palacios de la luna donde antes la gente quería la caseta i l’hortet. La actitud libre de quien juega.

Cuando subía al escenario, Pere Tàpias conectaba inmediatamente, hiciera lo que hiciera. Era automático. El público le quería, porque era él. Más allá de las canciones, los libros, la radio y la gastronomía, me parece que fue un hombre que encontró una manera elegante –sin solemnidades– de ser razonablemente feliz.

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